Esperando la ley de transparencia seguimos en España, esa ley que existe en todos los países de Europa menos aquí, al menos, por ahora, de manera efectiva. Aunque, por supuesto, nadie cree entre la desencantada sociedad española que tal transparencia pueda equipararse, ni de lejos, a la existente en otros lugares y otros ámbitos. Aquí todo quedará, sobre poco más o menos, como hasta ahora, con páginas webs en las instituciones, en las que aparezcan fotografías y elaboradas declaraciones de bienes y sueldos, eso como mucho. Porque de que haya la opacidad necesaria en todo lo público, en todo lo que ellos mangonean, ya se encargan, y a fondo, los políticos.

No entra la transparencia entre las virtudes raciales españolas, seguramente, y ya hay quienes se ponen la venda antes de que se produzca la herida. Es el caso del presidente del Congreso, Jesús Posada, conocido por estos lares, aunque no mucho, pues fue durante un año o así presidente por designación, que no por votación, de la Junta de Castilla y León. El hombre parece que habla con excesiva alegría de las cosas, y en Zamora aún se recuerda cuando metiéndose en camisa de once varas hizo un desdichado análisis del colectivo provincial acerca de su marginación por parte de los poderes públicos.

Político profesional, Posada ha hecho carrera y ha llegado al lugar que ahora ocupa donde también ha protagonizado algunos lances llamativos, por unas u otras causas. Ahora se ha referido, sin tapujos, a la transparencia y ha dicho que no ve como un enfoque adecuado que haya que contar todo para que los ciudadanos vuelvan a confiar en la clase política, pues su labor debe juzgarse de forma global y no solo por pequeñeces como sus dietas o sus viajes. Textual: pequeñeces. Y eso, en un país en la ruina y con cinco millones de parados. A eso se le llama una muestra de fina sensibilidad.

Ya puesto, y para tratar de justificar su injustificable postura, el presidente del Congreso ha asegurado que los diputados cobran ahora menos que en 2007. Claro que se ha olvidado de precisar que, según los últimos datos al respecto, seis de cada diez españoles también cobran menos que entonces. Eso, los que cobran y con el temor de hasta cuándo lo cobrarán. Para Posada, lo importante no es lo que cuesta el viaje de una delegación parlamentaria, qué va, pues lo que importa es que tal misión sea útil y eso es lo que debieran tener en cuenta los españoles: no que los parlamentarios gasten más o menos, sino que hagan las cosas bien en beneficio de su país y del paisanaje al que dicen representar.

Sobran los comentarios, pues. El dinero no importa. El dinero público, se entiende, que es de todos y de nadie a la vez y del que hacen cumplido uso los gestores políticos. En último caso, se suben los impuestos a los paganinis de siempre y ya está. Pero que los parlamentarios gasten más o menos en dietas, viajes o cualquiera de las muchas bicocas de las que chupan, eso poco importante es. Pequeñeces, dice el presidente del Congreso. Y como esta es la mentalidad que impera en la Cámara y en la casta política es fácil suponer los cortos límites que tendrán siempre la transparencia y la austeridad en España.