Se veía «de» venir, comentaría el castizo del Rastro madrileño. ¿Acaso esperaba Mariano Rajoy gratitud y aplausos? Su Gobierno ha cumplido el año. Una encuesta realizada con tal motivo ha cuantificado hasta qué punto ha bajado su valoración en la estima del personal. Ni el presidente ni sus ministros han merecido nota. Lo peor del caso es que la bajada parece imparable, ya que los pronósticos del propio Rajoy nos presentan un año 13 «horribilis» al menos en su primera mitad. Es cierto que los resultados, ingratos, de la encuesta se explican por la acción implacable de una conjuntada oposición política y mediática que día a día ha ido creando esa opinión pública absolutamente negativa para el gobierno pepero. Sin embargo, se nos antoja evidente y lógica la verdadera causa de la pérdida de confianza popular en Rajoy «El prudente» y en su equipo de acreditados peritos en cosas de la economía; no obstante, sería injusto hablar de pueblo defraudado, puesto que el candidato Rajoy, acaso remedando a Churchill, prometió angustias y sacrificios. Pero el entusiasmo concitado por las arengas dura poco, y la gente termina por comprobar dónde le duele y por qué. El Gobierno ha propinado azote tras azote donde más duelen, siempre en las mismas nalgas, acusa la oposición izquierdista.

¿Cómo explicar entonces el hecho fehaciente de que la clase media sea la más castigada? En cualquier caso, se nos antoja paradójico que un gobierno de derechas la esté convirtiendo en proletaria, en beneficio del PSOE.

No la miente más, pide Pérez Rubalcaba; no le place que Rajoy recuerde constantemente la herencia de los gobiernos socialistas, para justificar la política de ajustes, recortes y apreturas: verdad es que las «verba repetita» son un latazo inaguantable; pero es una patente realidad, pesada como una losa, la funesta herencia del gobierno participado con notoriedad por el propio Rubalcaba: es histórico que no dejó habas que contar sino deudas que pagar. Sin embargo, el discutido líder del PSOE no delira cuando afirma que no pocas decisiones de Rajoy nada tienen que ver con la herencia tristemente famosa; acaso exagera al considerarlas propias de política de derechas. A estas alturas de la comedia política, resulta complicado discernir algunos de los caracteres o notas que un día fueron identitarios de la derecha o de la izquierda. Vale recordar la estupenda «boutade» del alcalde franquista: «Uno ya no sabe si es de los nuestros». ¿Se compagina esta paradoja con el indeclinable estado de ruda confrontación entre los partidos? En su mensaje navideño el Rey ha afirmado «que vivimos uno de los momentos más difíciles de la reciente historia de España». Pues bien, los políticos no son capaces de consensuar una moratoria en su eterno rifirrafe y conjuntar sus esfuerzos en la solución de los graves problemas del país. Se habla de pactos secretos entre el PP y el PSOE; no hay confirmación de tal suposición, pero hay quien se malicia que solo favorecerían los intereses peculiares de ambos partidos.

No es preciso usar anteojeras, se ve y se palpa la desgraciada situación anunciada por Rajoy en su recordada campaña electoral. Palabra cumplida que debiera tomarse como la excepción que confirma la regla. Se ha dicho que los incumplimientos son tantos como las promesas; se comenta que el presidente hace lo contrario de lo que prometió en cuestiones de relevancia suma. Las Víctimas del Terrorismo se manifiestan defraudadas y doloridas, los católicos esperan la prometida reforma de la ley del aborto y las familias no han visto confirmada su esperanza de mayor atención y apoyo; y se ha recibido como un chasco la «despolitización» del Poder Judicial propiciada por el ministro Ruiz Gallardón. Mejor, dejar las cosas como estaban, opinan los interesados.