Uno creía que, en esto de las trapacerías, las corruptelas, las mentiras y los enjuagues, estaba curado de espanto, pero el espectáculo de las cajas de ahorros (o cajas de yo me forro con todo el morro) supera lo imaginable. Y no solo por el dinero evaporado, las inversiones fallidas y las trampas dejadas, sino también por la jeta, la desvergüenza y la cobardía moral de los que han estado involucrados en esos procesos que han traído lo que han traído. Ninguno de ellos es responsable de nada; todos pasaban por allí; nadie obró de mala fe; todos trabajaron en pro del bien común, de los ciudadanos, etc, etc. Y entonces, ¿qué ha ocurrido para que entidades centenarias y hasta hace poco rentables sean hoy una ruina?, ¿a quién hay que pedir explicaciones? Que yo sepa nadie ha dimitido ni nadie ha salido a la palestra para aclarar lo sucedido, para pedir perdón, para decir que está dispuesto a devolver algunas (no soy tan ingenuo como para reclamar todas) de las cantidades injustamente cobradas, para ofrecerse a reparar una parte del daño económico y social causado.

En su gran novela «Conversación en La Catedral», Vargas Llosa pone en boca del principal protagonista, Zavalita, una pregunta crucial: «¿En qué momento se jodió el Perú?». Vale perfectamente para la situación actual de España y, especialmente, para el tema que nos ocupa. ¿En qué momento se jodieron nuestras cajas de ahorros?, ¿quién se equivocó?, ¿quién lo permitió?, ¿quién las manejó hasta llevarlas a la hecatombe?, ¿por qué los máximos responsables políticos de esta tierra siguen poniendo paños calientes en vez de denunciar ante los tribunales y ante la opinión pública a los que se han cargado unas instituciones que la gente consideraba suyas y en las que confiaba? Son tantas las interrogantes y tan escasas las respuestas que aparecen el cabreo, la impotencia, la rabia. Ya se habla de que Caja España-Duero despedirá a más de mil empleados y cerrará unas 250 oficinas. Lo exige Bruselas o quien sea para aportar un dinero con el que será nacionalizada y vendida al mejor postor. Y era la gran caja que iba a tirar de la economía regional, nuestro buque insignia, la del músculo financiero que pedía Herrera y apoyó el PSOE. No se olvide que Caja España nació de la fusión de las cajas de León, Palencia, Zamora y Popular y Provincial de Valladolid y que Caja Duero aglutinó a las de Salamanca y Soria. Es decir en esa entidad están los principales ahorros de seis provincias de esta tierra. ¿Y ahora?

Las cajas de otras provincias no han corrido mejor suerte. Ávila y Segovia ya las han enterrado. Ya no existen. Desoyendo a la Junta, al PP y al PSOE se metieron en Bankia (¿dónde si no con Acebes de por medio y cobrando de Caja Madrid?) y hoy son meras fundaciones. En el camino, de momento, cinco mil despidos y recortes de hasta el 40% en las nóminas de los que permanecen. Y cientos de afectados-engañados por las preferentes. Sin embargo, los máximos rectores de Caja de Ávila y Caja Segovia continúan tan orondos y sonrientes. Y que les quiten lo cobrado. Uno de ellos, el de Ávila, se mantiene como presidente de la Diputación y con unos cuantos puestos más. ¿Crisis?, ¿qué crisis?

Lo de Burgos también clama al cielo. Tenía dos cajas (Caja Burgos y Círculo Católico) y eran tan fuertes y potentes que se negaron en redondo a entrar en la caja única que predicaban Herrera y Óscar López. Hubo hasta manifestaciones para oponerse a una unión con supuesta (la venda antes que la herida) sede en Valladolid. Hoy ya casi ni se sabe de qué conglomerado financiero depende cada cual. Solo se sabe que ni la sede central ni el domicilio social ni la capacidad de decisión estarán a orillas del Arlanzón.

Este es el maravilloso panorama cajil o cajicoso que se nos presenta en Castilla y León a finales del 2012. Pero, oiga usted, nadie es culpable; todos se lavan las manos, silban, miran para otro lado y, si pueden, siguen en nómina o cobrando las dietas para ir a las reuniones aunque acudan en coche oficial, como la ilustre presidenta de la Diputación de León. Y desde la Junta nos dicen que aún confían en que Caja España-Duero se fusione con Unicaja y las pérdidas no sean tan graves. Vale, pero ¿cuánto tiempo llevamos dándole vueltas a la dichosa fusión?, ¿cuántas pegas han puesto los andaluces?, ¿todavía hay que creer en los Reyes Magos? De Bankia ya ni hablan. ¿Rato?, ¿quién es Rato?, ¿de qué me suena? Y en lo de Burgos ni quieren entrar. Les pasa como a mí: andan perdidos y sin mapa para salir del laberinto.

Las cajas eran solventes, firmes, seguras. Lo oímos hace solo dos o tres años cuando la fusión iba a ser la panacea. Y si no había fusión, tranquilos; cada caja se valdrá por sí misma. Sin problemas. Hoy tampoco existen. Se han resuelto como proponía Bush hijo para acabar con los incendios: talando todos los árboles. No hay problemas con las cajas porque ya no hay cajas que den problemas. Han desaparecido; las cajas, no los problemas.