Escribo aún bajo la impresión de la terrible matanza del viernes en la escuela primaria de Sandy Hook, en la pequeña localidad de Newtown, en Connecticut, a un centenar escaso de millas al noreste de Nueva York. Esta vez las víctimas han sido veinte niños de edades comprendidas entre los 3 y los 10 años, además de siete adultos entre los que se encuentran los padres del asesino, un tal Adam Lanza, de veinte años y también fallecido, se ignora aún si abatido por la Policía o si se suicidó. El presidente Obama, que compareció ante la opinión para leer un comunicado, se mostró muy afectado y tuvo dificultades para controlar su emoción de padre ante la tragedia que ese día vivían otros padres.

Deberíamos estar curados de espanto, pues estas cosas ocurren en los EE UU con una terrible regularidad. Este mismo verano un individuo disfrazado de Batman asesinó en un cine de Aurora (Colorado) a doce personas que asistían al estreno de la última película del superhéroe que inspiró la carnicería. Y, casi al mismo tiempo, otro individuo entró disparando en un templo sij de Oak Tree, en Wisconsin, matando a seis personas. La lista es muy larga y comienza en 1927, cuando un granjero dinamitó la escuela de Bart (Michigan) y mató a 37 niños, aunque las tragedias más conocidas hayan sido la de la Universidad Politécnica de Virginia (Virginia Tech), donde un desequilibrado acribilló a tiros a 34 jóvenes; la del cuartel de Fort Hood, Texas, donde un psiquiatra militar mató a trece militares; y, sobre todo, la que tuvo lugar en abril de 1999 en el Instituto de Columbine en Littleton (Colorado), cuando dos chicos acabaron a tiros con doce estudiantes y un profesor antes de suicidarse. Esta masacre sirvió de inspiración a Michael Moore para su película «Bowling for Columbine», un duro alegato contra la venta libre de armas y en la que se ridiculiza sin piedad a un envejecido Charlton Heston, presidente a la sazón de la poderosa Asociación del Rifle, uno de los «lobbies» más influyentes de los Estados Unidos que financia las campañas de numerosos políticos que luego defienden sus intereses so capa de defender la Constitución, cuya Segunda Enmienda, efectivamente, consagra el derecho de los norteamericanos a poseer armas de fuego. Armas de fuego que solo en 2009 ocasionaron 31.000 muertes en el país (18.000 fueron suicidios).

Para un europeo es difícil entender esto y, sin embargo, el derecho a poseer e incluso a portar armas es algo que está firmemente asentado en la mentalidad de los norteamericanos y por eso ningún político se atreve a plantear el tema. La inmensa mayoría de ciudadanos posee armas de fuego, las tiene en casa o las lleva en la guantera del coche. Yo he estado en una estación de servicio en West Virginia donde un cartel rogaba a los parroquianos que no las sacaran del vehículo. Si alguien entra sin permiso en tu casa o en tu jardín y se lleva un tiro es su culpa por violar el espacio sagrado de tu hogar. También los mexicanos sufren las consecuencias de estas ventas indiscriminadas de armas que luego cruzan la frontera y son utilizadas por las bandas de narcotraficantes. En cierta ocasión di una conferencia en Washington en un foro que trataba de terrorismo y, al finalizar, un asistente me preguntó qué se podría hacer para rebajar los altos niveles de violencia que hay en el país y yo, prudentemente, contesté que, siendo consciente de lo que dice la Segunda Enmienda y teniendo todo el respeto del mundo por su Constitución, creía que algo se podría lograr si se limitaba la venta de armas de fuego. Un señor de primera fila se puso a aplaudir y fue el único, mientras era evidente la incomodidad de la gran mayoría de la audiencia con mi poco diplomática pero sincera respuesta.

He asistido, por curiosidad, a una feria de armas en Dulles, junto a Washington, hace unos meses y no pueden imaginar lo que es aquello. Cientos y cientos de mesas con todas las armas posibles: pistolas, revólveres, escopetas, rifles, repetidoras, metralletas con enormes tambores circulares... a precios muy asequibles. No entiendo de armas, pero pedí varios precios y a partir de 100 dólares había ya oferta, por 300 había armas magníficas y por 500 se llevaba uno un rifle con un cargador descomunal tipo película de Rambo. Cuando tenía un revólver pequeño en la mano de último diseño (325 dólares) se me acercó por detrás un parroquiano que me lo recomendó diciendo que se lo había regalado por su cumpleaños a su esposa y que era una buena arma... para una mujer. Pregunté a un vendedor qué documentación me pediría si decidía comprar y me contestó que le bastaba con mi permiso de conducir (en los EE UU no hay carné de identidad). No se lo pueden imaginar, pero en el piso superior de la National Gallery de pintura de Washington hay... una galería de tiro, como descubrió asombrada mi mujer un día que fue invitada por la esposa de su director a visitar el museo. Allí vio, perpleja, cómo las señoras -todas americanas- que la acompañaban se transformaban con un arma en la mano que manejaban con soltura. Todas.

Estados Unidos tiene un serio problema que la cultura heredada del individualismo y del espíritu de frontera les impide afrontar. El gobernador de Connecticut, Dan Malley, ha dicho que el diablo había visitado su comunidad. Se equivoca: el diablo no es el asesino Adam Lanza ni ha hecho una visita esporádica a su estado. El diablo es la norma que permite que desequilibrados accedan a armas de guerra con tan sorprendente facilidad.