Casi todos nosotros en Zamora conocemos a personas, católicas mayoritariamente, que se vuelcan en hacer servicios y tareas solidarias porque lo consideran una consecuencia de su fe, una fe con obras, que es lo que es porque si no ¿en qué queda? Cada uno a su modo y manera hace lo que puede y sabe. También se conocen a otras personas que tienen otra creencia religiosa, o simplemente que no la tienen, y se vuelcan en ser solidarios porque lo sienten como un llamamiento de su intimidad sentimental y de su cabeza, que no les permite aislarse de las necesidades perentorias y del posible sufrimiento de los demás conciudadanos, a no ser que ya estén anestesiados por la comodidad y el confort y por un egoísmo seco. Algunos consideramos que este egoísmo que conduce a la insolidaridad tiene como primera víctima al propio protagonista que se hace «el sueco» a las carencias de los demás.

Muchos saben poner en práctica su solidaridad y apenas hacen ruido ni ocupan espacio en los medios de comunicación de grandes masas. Se conforman con ofrecerlo buenamente por el bien de la Humanidad y de sus compañeros de fatigas en esta vida. Como mucho se escuchan cosas, aunque no tanto como se debiera, de algunas instituciones solidarias que se vuelcan con el necesitado y oprimido (Cáritas, Cruz Roja, Asprosub, Proyecto Hombre, Manos Unidas, etc? que todos conocemos). No se oye demasiado de ciudadanos que individuamente arriman el hombro sin pedir reconocimiento público ni exigir micrófonos o primeras páginas de ediciones periodísticas diarias de gran tirada. Ni quieren micrófonos ni los esperan. Y, sin embargo, son esos ciudadanos anónimos, hoy mucho más numerosos de lo que sospechamos los que cuajan una red de esperanza y de sencilla amabilidad para millones de españoles, red que es mucho más fuerte y sólida de lo que se puede pensar. Todas estas personas, impulsadas por su conciencia ciudadana y cristiana, da un poco de lo que tienen, que no suele ser mucho, incluso de sus ahorros y no entienden que en nuestra España para el próximo año 2013 se haya presupuestado un gasto de unos treinta millones de euros, contantes y sonantes, para «material de oficina» entre el Congreso y Senado.

No tenían suficiente estos «modelos de ciudadanía» con lo de los traductores de lenguas vernáculas en el Senado ni con lo que disfrutan en el Congreso en servicios varios y acomodos y necesitan para papel, lapiceros, gomas de borrar y folios varios unos treinta millones de euros. ¿Hay quien pueda explicarlo en las actuales circunstancias?

Estamos esperando a la mente preclara, del Gobierno u oposición, que sepa hacerlo. Veinte millones en el Congreso y unos once millones de euros en el Senado que se volatilizarán en? papel y así?