Para que nos vayamos entendiendo, llamo aquí «lienzo virgen» a tantas y tantas paredes de casas particulares y edificios oficiales, así como a los monumentos que están en lugares públicos para deleite y recordatorio de viandantes y que aparecen totalmente limpios hasta que llegan esos pintores baratos, que llamamos «grafiteros», y dejan allí la huella de su paso por la ciudad. Sus dibujos son como una bofetada cuando se visita una de nuestras ciudades pequeñas o menos pequeñas; pero en las que la autoridad puede vigilar, advertir y tratar de corregir; en cambio, en las ciudades mastodónticas, como Madrid, y sobre todo en ciertos barrios, recuerda uno la sensación de alivio que experimenta al llegar a una población cuidada y respetada por esos pintores improvisados, si se topa con un edificio limpio de tales «profanaciones». Porque esos desmanes parecen disfrutar de la impunidad con que en nuestra España se cometen tropelías de mayor importancia. Se suceden los primeros mandatarios, anuncian que van a intentar borrar esas manchas, pasa muy poco tiempo y parece que se han olvidado del asunto. Los edificios, sean privados o públicos, ostentan la obra expresada por el grafiti y todos nos acordamos del nuevo edil y sus promesas para terminar en el consabido: «todos son iguales». Afortunadamente no ocurre eso en las poblaciones medias o pequeñas; tal vez se deba a que las autoridades pueden abarcar mejor la demarcación para descubrir los abusos y emplear los medios que los corrijan. Es el caso, entre muchas, de la capital de nuestra provincia. Es objeto de la prensa el caso de tres adolescentes que, según noticias, han sido sorprendidos por la policía cuando se dedicaban a ejercitar su «arte». El caso ha llegado hasta los tribunales y, dada la falta de conformidad entre las primeras declaraciones de los menores y las que han hecho ante el fiscal y el juez, «la Audiencia, -según el noticiario- sopesa si los menores grafiteros pagarán 5.974 euros». Como ocurre con frecuencia en nuestra patria, los miembros de la policía habrán manifestado que los chicos estaban en su afición cuando los sorprendieron y, por su parte, los adolescentes lo niegan ante la Justicia. Y, como también sucede, la Justicia está perpleja porque da más credibilidad al reo que al agente de la autoridad y está, además, eso de la «presunción de inocencia», que se aduce en unos casos y se desprecia en otros. Ya es interesante que en Zamora se haya tomado en serio el caso y haya llegado hasta la Audiencia. También satisface que se haya pensado en imponer una sanción pecuniaria y, además, la imposición de trabajos comunitarios a los adolescentes. Así sus padres se darán cuenta de que no deben abdicar de sus responsabilidades, mientras sus hijos sean menores; y los «pintores», al serles impuesto un trabajo como pena de su operación, caerán en la cuenta de que no debe permanecer impune atentar contra los bienes ajenos, aunque solo sea con unos inocentes dibujos. Reflexionarán sobre el daño que causan a quienes han gastado sus dineros en adecentar la fachada de su casa o edificio, así como en lo que se afea ese público monumento que está allí para deleite de los ciudadanos y -casi siempre- para instruir a la misma juventud sobre personas que, de una manera o de otra, trabajaron en pro del bien común. La pena dineraria -que pagarán sus padres- y la pena laboral que ellos mismos han de satisfacer podrá paliar, en parte, el daño causado. Y digo «en parte», porque, seguramente, esos discutidos 5.974 euros, sanción por varias fachadas y algún monumento deteriorados, no llegarán a lo que ha costado pintar toda la fachada de un edificio en cuestión. Tal vez lo justo sería que se repintara, a sus expensas, todas las fachadas y se limpiaran, con dinero de la misma procedencia, los monumentos afectados. Acaso el precio de su «travesura» consistiera en que los jóvenes «pintores» limpiaran todos los «grafiti» del barrio o de la población. Y que ese castigo se publicara para que se abstuvieran posibles imitadores. Lo que no puede consentirse es la falta de atención y la impunidad que reina en las grandes urbes.