Con lo bien que se está en la sacristía atendiendo cosas del ramo, y las ganas que tienen algunos obispos de picar, cual avispa cojonera, en cuestiones de política nacional. Si les interesa, que es legítimo, que se presenten a las elecciones. Lo que no pueden hacer es estar a Dios rogando y con el mazo dando.

Mientras no pasen por las urnas, que dejen de escudarse en las casullas para echar mítines utilizando los púlpitos, tomando partido por este o aquel. Los altares deben de estar dedicados a consagrar, repartir hostias y predicar la templanza, prudencia, la Justicia y la caridad?

El cardenal arzobispo de Barcelona, Martínez Sistach, se ha lanzado al ruedo en defensa de las tesis lingüísticas del independentismo catalán. Ebrio de éxito, como si se hubiera bebido una vinajera de montilla, va y dice que la inmersión lingüística, bien, que por qué los niños en España van a tener que aprender español.

Demasiado a menudo cuando los obispos hablan, sube el pan. Ya ocurrió en el País Vasco, donde alguno no podía dejar pasar la ocasión para mortificar a las víctimas, con una suicida «comprensión» de los crímenes. A veces, cuando los obispos incordian con la lengua, suena a muerto. Con lo bien que la tendrían aparcada en el garaje de la sacristía?

La Iglesia, hasta donde yo llego, no tiene competencias en la enseñanza. Los planes los elabora el Estado y ella ha de estar a lo que le dicten. Por supuesto que puede opinar, pero si lo hace en temas tan sensibles para la nación, tomando partido político, que se atenga a las consecuencias.

Si Martínez cree que por hacerle la pelota al Artur Mas y defender sus políticas independentistas de nuevo cuño, le van a sacar bajo palio, a lo mejor se equivoca. Sus jefes son los de la Conferencia Episcopal, y estos estarán más próximos a tirarle de las orejas que a darle la absolución.

Martínez se ha metido en un buen jardín de rosas con espinas. No se da cuenta de que, a lo mejor, su remedio es peor que la enfermedad. Que aplauda que miles de niños se vean privados de sus derechos a estudiar en español, lengua oficial en España consagrada por la Constitución, es raro. Con afecto cristiano se lo digo.

A lo peor el resto de españoles, disconformes con su forma excluyente de querer adoctrinar niños para el cielo catalán, hacen una revuelta, y lo mismo que dejan de comprar cava o espetec de Casa Tarradellas, dejan de comprar rosarios, sermones, reliquias o pasaportes para la eternidad.

Este pollo pera con cruz al pecho hace un flaco favor a la Iglesia que sufre los rigores de la desafección de su clientela. Comprendería que pidiera que se enseñara latín, idioma culto, raíz de idiomas. O griego. O arameo, lengua de su jefe. Pero que deje en paz y en gracia de Dios al Estado laico y aconfesional que nos hemos dado.

Y como de materia tan delicada opina el obispo, aguijoneando como si fuera avispa, también opino yo. Y me cuesta hacerlo en términos pecaminosos, por el hondo respeto y cariño que le tengo a la Iglesia pobre y mendicante, a la que lleva a los confines del mundo más pan que crucifijo, a la que pide para dar de comer al hambriento, a la que cura llagas al enfermo y da de beber al sediento?

No comulgo con la Iglesia de Martínez, convertido en titiritero twittero para inmiscuirse en nuestras vidas trayendo la polémica, en vez de la paz del pastor que debiera ser. Pa mí que anda un poco descarriada esta oveja. Pa mí que los lobos se le han metido en el aprisco y le van a comer los corderillos que balan en español.

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