Cuando vemos en qué se convierte lo que se consigue codiciando -sin que se rompa el saco o rompiendo el saco a los demás- nos damos cuenta de que hay que salvar a esta pobre gente de la acumulación. Mira a Gerardo Díaz Ferrán, que fue patrón de patronos. Dejó en tierra a 7.000 pasajeros de Air Comet dos días antes de la Nochebuena de 2009, sabiendo al cobrarles que no les llevaría a casa por Navidad; despidió un año después a toda plantilla de Viajes Marsans, 1.445 trabajadores, que no cobraron, y ahora tenía pendiente a más de 10.000 acreedores, ya que debe casi 500 millones. Eso sí es ser el tío Vázquez. El Tribunal de Cuentas dice que el Estado español le transfirió más de 800 millones de euros para sanear su aerolínea y que, de ellos, solo destinó unos 200 millones, 4 años después de lo pactado. Del resto, ni idea.

Se echa de menos que los empresarios digan algo acerca de los comportamientos de aquel a quien eligieron presidente, sea como empresario, como acreedor y hasta como tributante, ya que el IRPF de 2010 le salía a devolver, o a vomitar, según se mire.

Ha tenido que cometer, presuntamente, delitos, un rosario de incumplimientos con misterios dolorosos para otros y arrastrar un insostenible déficit de vergüenza para guardar en casa un kilo de oro y tratarse con un testaferro que tenía en el salón cabezas de elefante y jirafa. Lo que se quiere decir es que tipos que corren a captar fondos del Estado, dicen cómo han de ser las cosas -privatizar los servicios públicos para gestionarlos mejor, trabajar más y cobrar menos- que racanean subidas de salario, destruyen empresas, esquivan deudas y huyen de impuestos, al final se lo gastan en balas de caza mayor y miden sus logros en cabezas de animales muertos. Tienen más fuera, pero es lo que les pillan en casa, lo que guardan en la intimidad, lo que quieren más cerca. Hay que salvarlos de sí mismos.