En un artículo estupendo -como todos los suyos- mi buen amigo Rufo Gamazo Rico trata el asunto de las convocatorias de huelga y, después de hacer una larga enumeración de personas que «clamorean en la calle», termina diciendo: «y callan los pensionistas». A éstos voy a dedicar mi atención y la de los benévolos lectores, si lo aguantan. En efecto; aunque en las conversaciones privadas los pensionistas -entre los que me hallo- se quejen de cómo está la vida y de las actuaciones del Gobierno, que si bien se ocupa de todos -menos de los de la clase política- a la hora de lo que llama «ajustes», es de los pensionistas de los que se acuerda con mayor frecuencia, para decir un día que no les va a recortar las pensiones, o que se las va a acomodar al IPC, y, al día siguiente, confesar que no se las va a compensar, que le subirá un 1% el próximo año a unos y a otros mayor cantidad? La verdad es que los pensionistas ignoramos «a qué carta quedarnos» y vivimos «con la mosca detrás de la oreja». Sin embargo -como dice muy bien Rufo- callamos. Tal vez el silencio se deba a causas muy diversas. En primer lugar ha de tenerse en cuenta el espíritu de austeridad que la vida ha dispensado a los que tenemos ya muchos años. Un célebre actor dijo dos veces en pocos días que la situación actual, con ser muy dura, no tiene comparación con la que «disfrutamos» después de la «Guerra incivil». Yo recuerdo que al mediodía, después de comer (¿?), me quedaba con hambre y consuelo: el consuelo de pensar que por la noche quedaría con más hambre todavía. Y no era el hambre de pan lo más grave; había otras carencias que agravaban la situación. Todo eso nos convirtió en endurecidos ante las inclemencias; somos austeros por costumbre. Otra razón, importante, es el espíritu de solidaridad que con toda evidencia se muestra. Los pensionistas, aunque de ello se quejen, siguen en gran parte ayudando a sus hijos y nietos. Cada día vemos en los medios casos sangrantes de familias enteras que viven en su casa -algunos ni eso-; pero comen en casa de sus padres utilizando la pensión del padre o de la madre para malcomer todos. Si no fuera porque los pensionistas se encargan, con pocos posibles pero con mucho amor, de que sus nietecillos aguanten esta situación enterándose lo menos posible, estoy convencido de que ya habría estallado una guerra civil -esta sí-; porque no creo que varios millones de padres en paro aguanten mucho tiempo que sus hijos estén pasando hambre sin rebelarse y entablar una lucha, incluso armada. Y no queda ahí el sentido de solidaridad. Los pensionistas, por la gran cordura que dan los años, están convencidos de que, en la actual situación de España, todos hemos de «arrimar el hombro» para llegar a salir de la ruina en que nos hallamos. Mi propia situación no es la de muchos otros pensionistas, puesto que en la casa de mi única hija entra un sueldo. Pero gustoso veo que se me «congele» la pensión, que no me llegue ese pequeño refuerzo que llegaba otros años y que, si acaso llega a la realidad, sólo me aumenten el 1% el próximo año. Estoy seguro de que la mayoría de los pensionistas piensan lo mismo, sobre todo si las cargas se aplican proporcionalmente a la cuantía de la pensión. Pero, siendo esto así, todos los pensionistas -y yo también- echamos de menos que esos nuevos «profesionales» que han surgido con la Democracia (los políticos) deben participar en el sacrificio, cesando los que sobran y aplicándose todos, en lugar de esas subidas de sueldo y otras gabelas que se votan porque son ellos los que se han apoderado de España como si fuera un cortijo; y deciden una subida de dos dígitos por ciento para ellos, con la bajada, aunque solo sea de uno para los que vivimos en la misma finca, pero no pertenecemos a la élite de los que nos gobiernan. Los pensionistas (y los que no lo son) lamentamos que el actual Gobierno se acuerde de los pobres funcionarios -varias veces- y de nosotros -también alguna vez-; y, en cambio, no se decida a hacer desaparecer lo que sobra y poner en su recuerdo a la privilegiada clase política en la proporción que es necesaria. En eso sí que los pensionistas no callamos; «clamoreamos en la calle» y en casa, como todos.