Frau Merkel ha ratificado su liderazgo con casi el 100% de los votos de delegados al reciente Congreso de la CDU. Reelección «a la búlgara», como antes se decía, que probablemente no consiguieron jamás los grandes cancilleres de la cristiano-democracia alemana, ni los sátrapas de la fenecida RDA en sus simulacros cooptativos. Salvo errores que no va a cometer, tiene en sus manos la victoria electoral del 2013 y, con ello, la ruptura del ciclo de caída de los dirigentes de la crisis. El caso francés, con la derecha rota tras el desplome de Sarkozy, ya no es paradigmático. Tampoco lo ha sido en estados menores de la Eurozona, muy alineados en la disciplina de Berlín. En definitiva, hay Merkel para rato y sus recetas contra el déficit seguirán marcando el paso. Son las que convienen a Alemania, y el 97'5% de los votos conseguidos en familia atraerán sin duda a dudosos o indecisos que hayan interiorizado esa conveniencia por encima de las ideologías. El país acusa puntos contractivos y la reacción es cerrar filas. La cancillera atinó en la más íntima diana de sus administrados y será muy difícil que cambie para aparentar. Al menos, que se preocupa del equilibrio y la cohesión europeas cuando sus patrióticas prioridades le dejan un rato.

En el panel de signos, síntomas y símbolos de la crisis mundial nada hay, por ahora, que se parezca a un calendario de salida. Lo que unos sugieren tímidamente es desechado por otros y la depresión ya va para seis años. Si en EE.UU. no evitan el «abismo fiscal», la oscuridad será mucho más densa. La tozuda realidad se impone a la lógica esperanza de los gobiernos, y así vemos, por no salir de España, que el incremento del paro agostó en noviembre los brotes verdes con los que especulaba el gobierno. Al ministro De Guindos no le quedan paños calientes y reconoce que ese mal dato «no admite matices». O sea que es malo por encima de las ya exhaustas justificaciones de estacionalidad o de lo que sea. La reforma laboral sigue desangrando el derecho al trabajo y ya suenan alarmas gubernamentales sobre un flujo de «eres» y despidos mucho mayor del que creyeron necesario para ajustar el déficit; en una palabra, descontrolado.

Si otros países comunitarios toman buena nota de las razones del éxito de Merkel, el proyecto europeo tiene los días contados. Pero como es evidente que la prosperidad alemana depende de las prelaciones comerciales del espacio común, algo duro habrá que hacer para que se sientan los más interesados en conservarlas superando la dialéctica segregadora de contribuyentes netos o receptores netos que corrompe absolutamente las bases de la comunidad económica y monetaria. Las ventajas para unos y los sacrificios para otros no es el reparto idóneo para cimentar la unión.