Todas las sociedades humanas, hasta las más primitivas, han tenido y tienen normas esenciales de convivencia que son promulgadas, por la autoridad, desde la necesidad y la experiencia para el bien común y en conformidad con la justicia y la razón. Luego debe quedar claro que la ley es el patrón que establece comportamientos de moralidad, de integridad y de honradez para facilitar la convivencia social, atendiendo que la justicia es dar, en razón, a cada uno lo suyo. El conjunto de estas normas o leyes, que regulan la avenencia entre las partes en litigio y establecen los principios de la sociedad, constituyen el Derecho. Y el Derecho, cuando se supedita a la justicia y a la razón, establece las reglas sociales y da estructura a la sociedad, da entidad al Estado y regula la vida en común.

Pues bien, en el proceso de descentralización del Estado español (Sistema Autonómico), que constitucionalmente nos dimos, desde el principio, ha habido una serie de partidos políticos nacionalistas, PSOE y demás pseudo-demócratas, ácratas y restantes familias progresistas, que, con la anuencia de todos, han exacerbado el culto y poco menos que la adoración a sus diferentes territorios y demás planteamientos antisistema, han estado poniendo siempre de manifiesto sus grandezas, peculiaridades y sabias opiniones de doctos titulados. Y, por no pedir responsabilidades de esas repetidas transgresiones, han degenerado primero en una insolencia descarada y, por último, en acciones infames y coléricas que cortan de cuajo la convivencia, pasando de la egolatría clarificadora del ¡Es mi tierra y soy diferente y superior! ¡Tengo derecho! ¡Soy el amo y señor, hago lo que quiero! ¡Los problemas los resuelvo yo a mi modo y como quiera! ¡Yo sé! Así, han pasado de la altivez a la ira por encima de la ley.

Es tremendo y asombroso que se prostituya la Constitución, la ley fundamental que nos dimos todos los españoles, y que no pase nada.

Y es más asombroso que el garante de la unidad de la nación española, según establece la Constitución, sea el Ejército y no diga nada. Vuelvo a recordar a aquellos trescientos espartanos al mando de Leónidas que se sacrificaron por la ley; recordemos lo que dice la cita de su recuerdo en el lugar: Aquí murieron para preservar sus santas leyes. Porque la ley es el alma de la sociedad, la razón de la coexistencia. Tengo frases anotadas que dicen: «La Justicia es la reina de las virtudes y con ella se sostienen la igualdad y la libertad».

Pero aquí, en esta España nuestra, a nivel de políticos progresistas -para su buen progreso-, de ácratas y de sindicatos, está claro que el sectarismo, la maldad y el interés personal abundan, y pregunto: ¿Cuándo se exigirá respeto a las leyes? ¿Cuándo seremos todos iguales ante la ley? ¿Cuándo la justicia no estará en entredicho?

Claro que como dice el Evangelio, (L.6- 43,44), «El árbol se reconoce por sus frutos; no hay árbol malo que de frutos buenos», por eso, justamente, así nos va con esta gente insolidaria, irresponsable y follonera, de pancarta y de grito estentóreo que alardean de razones cuando dejaron, hace un año, un país en la ruina, tras un.gobierno de despropósitos y de gastos a lo loco.