Se ha hecho pública esta semana una instrucción de una alta responsable de recaudación en la Agencia Tributaria en la que insta a los inspectores a que ejecuten acciones que tengan repercusión mediática. Luz y taquígrafos no como sinónimo de transparencia, sino de espectáculo televisivo y «terror romanorum».

Vamos, que la gente de Montoro recupera las formas que hicieron famoso a Borrell con el asunto Lola Flores. Hacienda y su ministro parecen haber caído en una vorágine de locura recaudatoria, cuando no directamente confiscatoria. No es extraña entonces esa sonrisa con porte sádico que se le escapa al ministro cada vez que nos endilga una nueva subida de impuestos, y van ya unas cuantas, a los ciudadanos, a las familias, a los autónomos, a las empresas, a todo el que se mueva, y al que no se mueva también.

Lo siento. Lo intento pero no lo consigo. No logro reconocerme en este Partido Popular antiliberal que está empeñado en absorber el poco dinero que queda en la economía productiva para llevarlo a la saca de lo público. De acuerdo, nuestras finanzas públicas están en estado crítico desde el desastre sin parangón que motivó la crisis y multiplicaron Zapatero y su Gobierno. De acuerdo también en que lo peor que nos podría pasar sería la intervención por parte de las autoridades europeas. La pérdida de soberanía nos llevaría a estar aún más al albur de decisiones no siempre acertadas o de interés para el intervenido a tomar en los grises edificios de los grises tecnócratas que rigen y asolan Europa.

Una cosa es que si no levantamos las finanzas públicas y reducimos el déficit no tengamos más salida que la intervención y que sin ello nadie financie nuestras necesidades de tesorería para nuevas inversiones y refinanciar la ingente deuda acumulada y otra muy distinta, que tratar de lograr el equilibrio presupuestario a cualquier precio no vaya a ser totalmente destructivo para nuestra economía.

Basarlo todo en las subidas tributarias. En las actuaciones inspectoras, con frecuencia inconstitucionales de plano por ampararse algunas veces en leyes más que dudosas y en muchísimas ocasiones ni siquiera en leyes, sino simplemente en circulares, instrucciones, criterios interpretativos, ficciones alejadas de los efectos económicos reales, etc. eso sí, siempre pensados para criminalizar cualquier actuación del contribuyente que no se ajuste estrictamente al criterio de nuestra Hacienda Pública, que como además suele cambiar con frecuencia, más que criterio muchas veces es capricho.

Las pequeñas y medianas empresas se mueren, asfixiadas por la reducción de sus ingresos, las dificultades para el cobro, la imposibilidad de financiarse en los bancos y cajas y la sangría de impuestos y cotizaciones sociales.

Importante es el equilibrio presupuestario, pero volvemos a ver que hemos pasado de que la administración sea una superestructura creada por la sociedad en beneficio de ella misma para convertirse en el Leviatán monstruoso con el que la personificó Hobbes. De ciudadanos libres a súbditos otra vez.

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