A finales del pasado mes de octubre, la Fundación Everis presentó a Su Majestad el Rey el Informe Transforma Talento, una herramienta articulada en forma de diagnóstico y de varias propuestas cuya lectura resulta fascinante para poner en su lugar la importancia que el talento ha de tener en la vida económica y social española. Para un país como el nuestro, cada vez más periférico en el contexto mundial y sin grandes recursos energéticos sobre los que dormitar satisfecho, es urgente entender que desaprovechar el talento de los ciudadanos es caminar justo en dirección contraria hacia la salida de la crisis.

El Informe define el talento de una manera sencilla, caracterizándolo como la habilidad para hacer bien algo. Pero son dos las características más relevantes que se apuntan del concepto, desde mi punto de vista; por un lado, entender que el talento es sobre todo una potencialidad: ha de ejecutarse para que el individuo y la sociedad consigan sacar provecho de él. Es más, cuando se queda solo en potencialidad, lo que ese talento no explotado acaba generando es frustración. La otra característica es que los talentos multiplican su valor cuando interactúan en la sociedad en el que vivimos; una sociedad en la que todos desarrollan sus talentos es una sociedad más rica, más creativa y, desde luego, más inteligente que otra en la que esto no ocurra.

Una de las cosas más interesantes del estudio es el análisis que se realiza para conocer qué condiciones son necesarias para construir una sociedad sustentada en el talento, es decir, una sociedad en la que el énfasis se ponga en la realización personal y social de los talentos de cada uno de sus ciudadanos. Para que esto sea posible, asegura el Informe, se han de dar tres condiciones básicas; tres condiciones cuyo nivel de implantación en España nos puede ayudar a entender algunas de las características más estructurales de la crisis económica que padecemos. La primera de estas condiciones pasa por que esa sociedad admire y considere como referentes aquellas profesiones que son claves para el talento: los profesores en primer lugar, pero también los gestores públicos, o los científicos. Cuando uno mira en derredor suyo se da cuenta de en qué medida esta realidad es minoritaria en nuestro país: las profesiones más admiradas, por jóvenes y por mayores, oscilan entre la banalidad más desoladora (¿qué profesión es esa de ser «famoso»?, ¿qué valor aporta a la sociedad?) y el surrealismo más castizo (¿de verdad a nadie le ha causado cierta vergüenza ajena el que se otorgue un premio de renombre internacional a dos futbolistas por ser amigos?). Mientras tanto, los profesores son socialmente irrelevantes y la de Magisterio es una titulación de escaso prestigio, en un país en el que los políticos son una de las principales preocupaciones de la ciudadanía y en el casi un tercio de las personas tiene un interés escaso por la ciencia. Es largo el camino que nos queda por recorrer, por lo tanto, para poder cumplir esta primera condición.

La segunda de las condiciones básicas para que una sociedad se sustente en el talento es que ha de ser una sociedad en la que se compartan de manera mayoritaria una serie de valores que son esenciales para que este talento aflore, como la transparencia, el esfuerzo, la confianza para trabajar con los demás o la igualdad de oportunidades. En este sentido, una sociedad opaca como es en muchas veces la española, en la que las grandes decisiones se toman de espaldas a la ciudadanía, en la que el robo de contenidos digitales o el fraude a Hacienda es visto con simpatía por todos y en la que en muchas ocasiones no progresa el que lo merece sino el más arribista o el que más apellidos desempolva, tampoco parece una sociedad en la que el talento pueda salir adelante con facilidad.

La última de las condiciones, de acuerdo con el Informe, pasa por que se trate de una sociedad que promueva y facilite el desarrollo personal y social de los talentos. Quizá la España de los últimos cuarenta años, con el cambio sísmico que representó el gran movimiento migratorio del campo a la ciudad y que generó una potente clase media, sí haya cumplido de una manera más o menos adecuada con esta tercera condición. En este sentido, recuerdo que, poco antes de morir, mi abuela Encarnación me contaba, allá en el Mercado del Puente, cómo su abuela materna, Petra, había sido una de las mujeres más inteligentes del San Justo de finales del XIX, pero que como nadie le enseñó a leer y a escribir, la suya acabó siendo una vida desaprovechada. Es verdad que a principios del siglo XXI el problema ya no es que los niños no sepan leer o escribir, pero corremos el riesgo de que el ascensor social que ha supuesto la educación se detenga y que, por lo tanto, muchos de esos talentos no se desarrollen, bien por falta de recursos económicos, o bien por la ausencia de un mercado laboral dinámico que premie a los que se esfuerzan y castigue a los tramposos.

El resto del Informe es magnífico, pero no se lo voy a resumir aquí, lector. Es fácil acceder al mismo poniendo en su navegador de Internet la expresión «transforma talento». Sumérjase en él y cuando acabe, mire a su alrededor y, antes de pensar en los demás, piense en qué medida usted favorece, en su vida diaria, el que nuestra sociedad vaya siendo, cada día más, una sociedad sustentada en el talento. En un mundo cada vez más globalizado, en el que otras potencias ansían desplazar a la vieja Europa de su lugar de preeminencia, las sociedades que desprecien el talento acabarán siendo, en el sentido moderno del término, sociedades de esclavos. Y este es un problema que nos atañe a todos como ciudadanos. Juan Luis Arsuaga lo resumió una vez de manera lapidaria cuando dijo que «si la ciencia le parece cara, pruebe con la ignorancia».

Y probando estamos.

(*) Miembro de la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología