Si creces en una ideología de las apariencias te haces muy sensible a la preocupación por la «Marca España», de la que se oye hablar a algunos tertulianos. La Marca España se traduce por la percepción del país en el exterior y está jaleada, fundamentalmente, por un «think-tank», el Gobierno y unas cuantas marcas y empresas españolas con inversiones fuera.

Las apariencias siempre engañan. Aunque se contraargumente, con todo rigor semántico, que «las apariencias no engañan, son apariencias» -aspecto o parecer exterior de alguien o algo- las apariencias engañan, sobre todo, a los que las practican. En la generación que vivió la posguerra española (con su largo catálogo de necesidades) se apreciaba mucho salvar o mantener las apariencias, lo que éticamente se relacionaba con la dignidad.

Las clases medias vestían, con enorme dignidad, americanas a las que se había dado la vuelta al paño hasta que alguien que no se veía obligado a hacerlo observaba, maliciosamente, que el bolsillo exterior estaba cambiado de lado. Al final, la dignidad permanecía en quien llevaba la chaqueta vuelta y la indignidad -es cierto que impune- en quien señalaba el bolsillo y hundía aquellas apariencias que querían ser salvadas. La cultura de las apariencias siempre es cómplice en el mantenimiento de las realidades ingratas porque en vez de afrontar, disimula.

Dentro de un país en el que uno de cada cuatro personas que podrían trabajar está en paro y las medidas que se toman al respecto son para que ese porcentaje aumente durante un tiempo que nadie se atreve a precisar; donde 400.000 personas perdieron su casa antes de que empezara a ser tenido en consideración pergeñar una ley que lo remedie, donde han bajado los salarios, subido los impuestos y aumentado los gastos, cuando alguien invoca la Marca España como motivo de preocupación lo que está diciendo es «jódete y calla».