Zamora, la provincia crisálida, lleva -muchas- décadas dejando rastro del capullo en la hoja infinita y temblorosa en la que está posada. Pierde población y parte de la proteína en la que se había arropado como proyecto de leve mariposa. Unos zamoranos se van al cielo -y al infierno- y otros a trabajar a Alemania o donde pillan. El ovillo se deshila y nos está quedando des-ma-dejados. La última estadística del INE vuelve a hacer sangre. Este territorio diana que tiene forma de pistola hace ya tiempo que dejó prendida en el papel la cifra de 200.000 habitantes. Hoy no pasa de 190.000. La espita sigue abierta y no deja de sangrar. ¿De quién es la culpa? Vaya usted a saber.

Los políticos, los que tienen la obligación de tomar decisiones, se sientan en las mesas aureoladas con alfombras de color tierra, y estudian las cifras que le han servido los técnicos en bandeja de plata. Algo hay que hacer. La pérdida permanente de población justifica los cambios: reordenación sanitaria, reconversión territorial, podas del organigrama administrativo, desmantelamiento educativo. «Ya veis, ¿qué queréis? Las ratios nos exigen tomar decisiones, no se puede tener un maestro para cinco alumnos; en tiempos de crisis no puede temblar la mano, las cosas son como son...». En el punto de mira siempre están los más débiles, los que no tienen defensa, los que solo pueden salvarse a la carrera. Y están tan viejos, que las piernas ya no obedecen, la naturaleza hace a su antojo.

Las infraestructuras cada vez son más débiles, están enfermas. Los parches se desconchan y dejan ver la carne de las humedades. Una provincia que no tiene población no se merece nada. O casi. Las empresas grandes no quieren venir a un sitio donde no hay centros hospitalarios capaces de hacer frente a un aumento de población, no quieren estar escondidas a un lado del mapa sin salida -digna- hasta Portugal, capada por el victimismo. ¿De quién es la culpa? Vaya usted a saber.

Zamora, la provincia crisálida, a finales del siglo XIX tenía más población que Vizcaya y Álava juntas. Casi tanta como todo el País Vasco. Después vino -retrasada- la revolución industrial, la Guerra Civil, la posguerra, el crecimiento del franquismo y su tratamiento preferencial a las provincias que se alinearon con el bloque ganador, la revolución tecnológica... Ya ven: 190.000 habitantes frente a 2,1 millones. ¿De quién es la culpa? Vaya usted a saber. Otro día airearemos los datos de Cataluña, también curiosos.