El pasado viernes, fiestas del patrón de Trefacio, San Mamés, se celebraron las primeras olimpiadas sanabresas de la historia de juegos autóctonos. Casi doscientos «atletas» locales, provinciales y de provincias limítrofes, participaron en media docena de especialidades, que van desde el tiro de rejo al «tiropalo».

Quizás la prueba más espectacular, por accidentada, resultó la del tiro de rejo. Casi un centenar de vecinos colocados a un lado de una enorme maroma, y otro centenar al otro, tiraron en el alto de la puente para averiguar quién era más fuerte, si los de la puente de acá o los de la puente de allá.

Niños, mujeres, ancianos, se dieron cita con la gloria a las seis en punto de la tarde. A la voz del árbitro, se dio un enorme tirón. La soga se tensó y la potencia desarrollada por los vecinos fue tan brutal, que se rompió como si fuera de mantequilla.

Una veintena de contusionados y heridos hubo de ser atendida por la media docena de doctores y enfermeras que hay en el pueblo. Codos desollados, espaldas contusionadas y rodillas golpeadas fueron las lesiones más frecuentes. El resultado de la prueba lo conoceremos el año que viene, cuando con una cuerda nueva y más resistente se realice de nuevo la experiencia.

Otro de los deportes que concitó mayor expectación fue el «tiropalo». Los hombres más fuertes se sientan en el suelo y tiran de un palo hasta que uno levanta al otro. Por unos momentos se pensó que el ambicionado galardón se iba a ir para la capital de manos de «Paco» el de Pepu, un zamorano vecino de Trefacio. Rubén Vázquez, el hijo de Imbe y Luis, le quitó a última hora el galardón.

Muestras de su poderío físico dieron Manolo el del «Chupo», hijo de Jerónimo, probablemente el hombre más fuerte que jamás se conoció en Sanabria. Pepito «Cacharreiro» fue otro de los grandes triunfadores, al levantar a varios pesos pesados sin inmutarse.

Sin embargo la verdadera sal, el epicentro del terremoto, estuvo en la participación infantil. Decenas de niños participaron en el «tiropalo», tiro de rejo? Y resultó curioso ver a los mocosos integrados y disfrutando de unos «deportes» que jamás habían visto en su vida.

La que peor parte se llevó fue la preciosa hija de Enrique «el de Coso», a la que hubieron de aplicar dos puntos en el talón por el accidente del rejo. Pero su ilusión fue mucho mayor que su dolor y, al poco de ser curada, ya participaba de nuevo.

Ahora lo que hace falta es que la iniciativa municipal cuaje y el próximo año se incorporen nuevos «deportes» hasta lograr recuperar del ostracismo todas aquellas actividades lúdicas que se realizaban en los pueblos en torno a los aperos de labranza o actividades relacionadas con ella.

Así fueron saliendo de los mayores nuevas ideas. Casi nadie recordaba ya un «deporte» que gozó de fama y del que nadie daba cuenta: el tiro de palanca. Una especie de lanzamiento de jabalina pero a lo bestia. Los participantes agarraban por la mitad una palanca de hierro utilizada en el trabajo de la madera o la piedra y la lanzaban a ver quién llegaba más lejos.

El marro, la bandera, la tajuela, levantamiento de arado? No menos de media docena de juegos existían solo en este pueblo. Que los pequeños se inicien en ellos y los conozcan, será un bonito recuerdo para el futuro. Por cierto, que de piedra me quedé cuando alguien comentó, fíjate, contando a los hijos de los hijos del pueblo, hay más de cincuenta niños menores de seis años?

Nos pusimos a contar churumbeles y? ¡Setenta y cuatro contamos! El futuro está asegurado. La crisis que tanto nos quita, nos está dando tanto.

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