Quién quema el monte? Sigue en el aire la pregunta lanzada a los españoles hace años, desde los estudios de Prado del Rey , por Televisión Española, entonces «la mejor y la única» en decir de un comentarista con gracejo y ácida baba. Las autoridades del momento, impotentes ante las olas de incendios que año tras año asolaban bosques y mieses, pretendieron implicar al pueblo en la lucha por defender unos intereses que son también suyos; así que «cuando un monte se quema, algo tuyo se quema». No era un mal eslogan; pero es difícil que la gente tome clara conciencia de una copropiedad, que el Gobierno le recuerda solamente cuando le conviene.

Que levanten el dedo índice los que se creyeron a pies juntillas que «Hacienda somos todos». -¿Qué «quedrán» estos del fisco comentaba en la partida de dominó el pensionista Absalón Morrillo, disgustado porque no había conseguido salvar el seis doble. -Pues está claro, le respondió el compañero: Prepararnos para otra subida de contribuciones. Y bien mirado, añadió, no está mal traído eso de que todos somos la Hacienda, si lo consideramos al respective de cada cual: unos pagamos los impuestos con dolor y otros los gastan alegremente; de modo y manera que cuanto más paguemos más Hacienda seremos.

Escribíamos que sigue en el aire la pregunta peliaguda, a pesar de exigir respuesta urgente y resolutiva: ¿Quién quema el monte? Cada año son más los incendios de autor desconocido. Resulta extraño leer que la Guardia Civil investiga la intencionalidad presunta en algunos incendios; la Benemérita trabaja en la detención de los culpables y en demostrar fehacientemente su autoría. En cuanto a las intenciones no va a meterse la Guardia Civil en un juego en el que hasta la Iglesia se confiesa paladinamente incompetente a tenor del consabido principio «De internis necque Ecclesia». Sería ilógico negar intencionalidad al pirómano por gusto depravado o criminal interés; pero ha de ser el mismo quien, hábilmente interrogado, la descubra; en cualquier caso, los tribunales juzgarán el hecho y sopesarán las circunstancias; no merecen la misma calificación el patán que imprudentemente prende fuego para eliminar un rastrojo, que el aventurero que con alevosía quema un bosque para negociar con la madera quemada o con el propósito de proporcionarse solares con vistas a ilícitas operaciones inmobiliarias; lo que de ninguna manera quiere decir que el patán del rastrojo, el desaprensivo que arrojó la colilla y el dominguero de la barbacoa no deban ser castigados con la severidad reclamada por el manifiesto estado de alerta social, creciente al ritmo de la frecuencia y voracidad de los incendios. De ninguna manera podrían tomarse por duelo retórico los lamentos por las víctimas mortales de los incendios, los bosques convertidos en ceniza y los campos desolados. Es de justicia elemental que los culpables paguen los daños y los duros y peligrosos trabajos gastados en la extinción de los incendios.

A nadie le parecería arriesgado afirmar que algo está fallando en los servicios de contraincendios forestales. El fallo se detecta, sobre todo, en las medidas de prevención que, por lo que se dice, todo el mundo conoce y estima necesarias, pero pocas administraciones aplican. «Los incendios se combaten durante el invierno»: no se trata de una frase ingeniosa sino del enunciado claro de una verdad. Hay un tiempo preciso para eliminar de montes, bosques y cunetas la maleza que en el verano se convertiría en yesca iniciadora y propagadora del fuego. Los pavorosos incendios forestales de las Islas Canarias han propiciado la evocación de un tipo singular: la modesta «pinochera» que recogía el pinocho del suelo de los pinares y en voluminosos haces cargados a la cabeza, lo transportaba hasta las empresas empaquetadoras de plátanos. Con su afanosa tarea, la pinochera protegía del fuego los hermosos y altivos pinos canarios. Recientemente hemos leído que algún gobierno autonómico se ha propuesto introducir cabras en montes y bosques para que los libren de hierbas y matas inútiles; por fin le es reconocida a la caprina especie un servicio hoy estimado fundamental. Desengáñense: Columela sabía mucho del mundo rural.

Se repite con frecuencia que las crisis constituyen experiencias aleccionadoras para el gobernante que se proponga sinceramente entenderlas. Algo importante podría sacarse de estas oleadas de fuego que han causado tanta desolación en el país; por ejemplo, la decisión firme de poner en práctica sistemas eficaces de prevención de incendios y adecuar los servicios a necesidades previstas con generosidad. Lamentablemente no parece que esa sea la intención de los políticos: los incendios de Canarias, aún en rescoldo, han servido para que el Gobierno nacional y el autonómico se hayan liado en una controversia inoportuna y molesta. Menos mal que los dos políticos polemizantes son canarios.