Guarros hay en todas partes. Pero gente con ganas de limpiarle la mierda a los guarros, hay muy poca. Salvo si se trata de un pueblo como Trefacio que a la llamada de su alcalde reunió a más de noventa personas para patear los montes y quitar plásticos, botellas, cristales y toda esa basura que tarda cientos de años en eliminarse, destruyendo poco a poco la naturaleza.

A las nueve de la mañana la gente se dividió las zonas y en grupos de cuatro o cinco se echó al monte cargada con bolsas y herramientas de trabajo. El propio alcalde, Jesús Ramos, y su mano derecha, Agustín Vázquez, se pusieron a los mandos de un automóvil con remolque para ir recogiendo por los caminos rurales la mierda que iba saliendo.

La cuadrilla que ganó esta competición de mierda fue la del barrio de Carrucedo. Ellos solos cargaron un remolque de la más variada basura. Sorprende encontrarte en mitad de un monte neveras, microondas, armarios, colchones, camas, somieres, botellas de coñac Veterano?

Es asombroso lo cerdos que podemos llegar a ser los humanos. En uno de los «agujeros negros» que encontró el grupo de Carrucedo, hallaron material eléctrico y hasta manillas de puertas. En mente de todos quedó el nombre del cerdo que hizo esa ignominia que en manos de la Guardia Civil y los grupos de Medioambiente está investigarlo.

En cualquier caso lo curioso es que, un acto que en sí es sucio, se convierte en una fiesta espléndida. Supongo que cada grupo hablaría de sus cosas pero, en el ganador, al que yo pertenecía, lo pasamos como si estuviéramos veraneando en un hotel de cinco estrellas rodeado de corzos, jabalís y pájaros.

Es fantástico recordar los tiempos de la escuela y de los maestros aquellos que te arrancaban las orejas si no sabías hallar el radio de la circunferencia. Uno de mis compañeros lo contaba: el maestro se lió a darme «hostias» contra el encerao y a aplastarme la cabeza contra la pared hasta que lo aprendí.

No es extraño que este alumno torpón acabara un día por arrojarle unas guinchas a la cabeza. Claro, que no fue menos violenta la reacción de otro padre que al enterarse de cómo el maestro le pegaba al hijo se fue a la escuela con unos garabatos, tumbó la puerta y de no ser el maestro un buen atleta lo hubiera ensartado por la barriga para hacer con él un pincho moruno.

Y es que, claro, eran otros tiempos. Eran los tiempos en que las presas se reconstruían y las truchas desovaban en los caños. Eran los tiempos en que se iba de noche a echar el agua a los prados. Y eran los tiempos en que por el agua se mataba si hacía falta.

Contaba uno de los amigos que recogía mierda conmigo que, muy jovencito, iba con otro chaval a echar el agua. Para quitársela al vecino, el chaval sacaba una pistola de su padre, tiraba dos tiros al aire y la gente salía corriendo por patas.

Probablemente los niños de antes estábamos poco civilizados, pero todos recuerdan aquellas épocas de trabajos duros con especial cariño. Quizás por eso ahora limpiar el monte para dejarlo como una patena en la que se podría comulgar es para ellos motivo de tanta satisfacción.

Es agradable ver cómo, los que de verdad aman al pueblo, lo dejan todo para conservarlo. Es muy agradable ver cómo un alcalde y su corporación han sido capaces de motivar a las gentes para que participen de forma muy activa en la vida de un pueblo al que un gestor necio destruyó y otros diligentes están salvando.

delfin_rod@hotmail.com