Es muy frecuente encontrarnos con grupos que visitan la ciudad y sobre todo los fines de semana, grupos que dirigidos por esas guías magníficas, que juegan con gran calidad con la historia y la anécdota haciendo más fácil y atractivo el menú de arte. Siglos, personajes y leyendas en un auténtico encaje de bolillos que hacen de sus charlas y exposiciones una magnífica lección que cumple con toda dignidad su papel en la calle convertida en aula.

Estas visitas que recorren la ciudad en todas direcciones, suelen rematar el recorrido siempre o casi siempre en la Plaza Mayor, donde se echan en falta algunas cosas, por ejemplo el mercadillo de la calle Balborraz, artesanía pura y dura, viejos textos, viejos recuerdos de dentro y de fuera, encajes y papeles por doquier y ese trabajo perdido y olvidado pero vivo que aparece como una sorpresa inesperada.

Libros y objetos, auténticas curiosidades y casi siempre auténticas tentaciones, como lo son esas piezas sueltas de nuestra indumentaria tradicional, una joya más de nuestra historia.

Y después de esa visita y en la Plaza, delante de nuestra Casa Consistorial, en un horario perfectamente adaptado a la época o al momento, bien de doce a una, como base o bien jugando en esas horas centrales, y previas a disfrutar de nuestra gastronomía, deberían actuar grupos folclóricos tradicionales, una sesión de canciones, o músicas tradicionales o danzas; sería un auténtico remate inolvidable que quedaría grabado para siempre en el recuerdo de quienes lo disfrutasen y ese impacto marcaría siempre y de forma definitiva.

Al mismo tiempo, a esos grupos les vendría muy bien esa ayuda, por su colaboración, a la vez que su actuación constituiría una auténtica promoción, incluso de cara al exterior. Este fin de visita constituirá un verdadero fin de fiesta para grupos asistentes y en muchos casos conociendo el programa sería motivo para cambiar el horario y adaptarlo de manera que la continuación fuera disfrutar la gastronomía que tanto atractivo tiene para aquellos que han llegado a disfrutarla.

El número de grupos que hay en Zamora, merece la pena que se conozcan y se disfruten, a la vez que constituirían otra lección más hacia esos millares de visitantes, que se llevarían una más de las características de nuestra personalidad histórica a pesar de que seamos y estemos en la última línea del alfabeto.

Muchas veces los más pequeños detalles marcan caminos que a veces perduran décadas y a veces siglos, muchas veces una simple idea marca para siempre la historia de una generación, y no pocas veces la de un pueblo, los ejemplos se cuentan por cientos.

Una anécdota en el Tirol austriaco: domingo de finales de julio allá por los finales de la década del sesenta del pasado siglo, una pequeña localidad, misa de doce y observo cómo los jóvenes, chicos y chicas visten el traje típico tirolés, pregunto y me dice nuestro guía que es costumbre dominguera de los jóvenes para dar a conocer su indumentaria tradicional. Me quedé con la nota y la recuerdo, como una sencilla lección práctica de amar a lo suyo y además darlo a conocer en ocasiones tan afortunadas. Era el año 1968.