Tan enfermo estoy?», dijo un prócer al saber que le preparaban homenaje. La ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Londres tuvo en la prensa impresa (valga la redundancia) un motivo escenográfico tan destacado que cabría hablar de homenaje. No es para menos: los diarios han sido y son un aspecto central de la cultura popular británica. Tiene su lógica: su implantación como medio de masas coincidió con una era de máximo esplendor del que fue glorioso imperio. A diferencia de otros países, en que las tiradas dominantes corresponden a la prensa regional, en el caso de Inglaterra la prensa es un factor de unidad nacional. Además, refleja un sistema de clases que va más allá de lo económico para instalarse en lo educativo y cultural: ha habido siempre una delimitación clara entre la prensa de ceja alta y la más popular y sensacionalista. La segunda vende mucho más que la primera y, con el sufragio universal, influye tanto o más. Pero Sherlock Holmes resolvía sus casos leyendo la prensa de calidad. «Eso le ocurre por no leer el Times», le espetaba a su querido Watson cuando éste no entendía de dónde había sacado un dato clave. Entre narraciones de escándalos políticos o de famoseo y nobleza, la prensa de Londres ofrece a la nación entera una afirmación de sí misma, orgullosa y convencida que la niebla aísla al continente («Estar cansado de Londres es estar cansado de la vida», decía uno de titulares más visibles de la escenografía). Merece por todo ello un homenaje junto a John Lenon y David Bowie, referenciados en la ceremonia de marras, pero también porque su salud deja que desear. Todavía fuerte y poderosa, los últimos años han visto como descendían las tiradas de las publicaciones de pago, tanto las diarias como las semanales, en beneficio de los gratuitos o simplemente de lo audiovisual. En las redacciones se repiten los encendidos debates sobre qué hacer ante el reto digital, cuando crece el índice de lectura en tabletas. Y encima, el más poderoso de los conglomerados, el de Murdoch, ha sido pillado en falta muy grave, y las olas de la tempestad siguen agitando las aguas y los barcos, arrastrando de pasada a la clase política o, al menos, a una parte de ella. Los diseñadores de la clausura olímpica recurrieron a la estética que escupen las rotativas, estilizada en un añejo blanco y negro, justo cuando el oficio y la industria se enfrentan a la necesidad de reinventarse en muchos frentes.