Adiós a los Juegos, aunque de juego tengan ya bien poco las Olimpiadas, convertidas en un espectáculo televisado más, pero seguido por millones de espectadores en todo el mundo. Del auténtico espíritu olímpico solo queda el afán competitivo, inherente al género humano, porque cada vez son más las modalidades, que se van profesionalizando, a diversos niveles, desde los meros patrocinios al mantenimiento de las altas percepciones económicas que cobran las élites de los deportes masivos y aun así concurren como estrellas en lo suyo junto a los amateurs, a los que corren, o saltan, o tiran al plato, o reman en piragua o lo que sea, solo por satisfacción personal, por seguir el lema de las olimpiadas.

En Londres, todo ha sido perfecto, o casi todo, como se esperaba y se preveía, con altos niveles de acabado en cuanto a seguridad, organización, espectáculo deportivo y espectáculo televisado. Claro que estos niveles se encuentran casi siempre en todas las ciudades que sirven de sede al acontecimiento, como lo fue Barcelona en su día, o como lo fue hace cuatro años Pekín. Todos los escenarios elegidos se esfuerzan y se esmeran en superar a la organización precedente y de ello se benefician tanto quienes participan como quienes contemplan fielmente el evento desde la pequeña pantalla, o como quienes se limitan a seguir en los medios la evolución del medallero que marca los resultados.

España ha quedado, en este sentido, como los más realistas vaticinaban. Ni han superado, ni han llegado a las veinte medallas que esperaban los optimistas pero han pasado de las quince, que era el sombrío pronóstico de los más pesimistas. Una medalla menos que en Pekín, 17 ahora en total, con tres de oro, significa una participación digna, de aprobado. No han faltado, pues, las alegrías, pese a que las cosas no pudiesen comenzar peor, precisamente con el fútbol, el deporte en el que la selección nacional es hoy por hoy la mejor del mundo, pero que no ganó uno solo de sus tres fáciles partidos, no siendo los olímpicos capaces de meter ni un gol. Así que para casa y una primera semana con únicamente tres medallas, que nada bueno presagiaban. Menos mal, que al igual que ocurriera hace cuatro años, los últimos días de los Juegos se mostraron claramente favorables y se consiguieron, brillantemente en muchos casos, el resto de las medallas obtenidas, mientras Estados Unidos volvía a demostrar su absoluta superioridad sobre el resto de las naciones participantes, aunque la tan emergente China no se lo pusiese fácil.

En cuanto a las ceremonias de inauguración y clausura, que siempre son esperadas con la máxima expectación, Londres ha pasado el examen, igualmente, con nota alta. Ya se ha comentado cuánto gustó la apertura de los Juegos, y su cierre, en la noche del domingo pasado, supuso una culminación en la que primó el espectáculo visual y sonoro, con una recreación del pop británico que fue por momentos un gran musical de primera categoría y de una gran belleza plástica. Demasiado pop, tal vez, que se alargó mucho al final, pero que dejó un buen sabor de boca a millones de espectadores a través de la televisión y un buen recuerdo de las Olimpiadas de Londres. Ahora, a esperar Río de Janeiro dentro de cuatro años.