Al encadenar un rosario de tiros libres fallados, Kirilenko me convenció de que España tiene el mejor equipo de los Juegos a excepción de Estados Unidos, lo cual concede un mérito adicional a sus insistencia por exhibir a ratos el peor baloncesto de Londres'2012. Gana a la fuerza.

En el periodismo de las actividades sudorosas, el baloncesto olímpico es el remanso donde puedes dejar de fingir que te interesa el windsurf. El dolor de la primera mitad del España-Rusia era tan auténtico como el fervor de la remontada. Para ahuyentar la depresión que se abatió sobre su equipo desde los minutos finales del partido contra los ingleses, Scariolo tuvo que desencadenar a Sergio Llull. La alternativa era caer por treinta puntos de desventaja ante los rusos.

España no ha conseguido evitar a Estados Unidos, pero la derrota frente a Brasil sabe hoy a gloria. En vista del desenlace, una cuota importante de quienes consideraban un crimen de leso patriotismo cualquier suspicacia sobre el transcurrir del encuentro final de la liguilla, se decantarán ahora por un cálculo providencial de la selección para asegurarse la plata. Ganar a ritmo de Llull posee el aliciente de que el menorquín excita los sentidos del público. No nos gusta reconocerlo, pero estamos un poco hartos de jugadores que han sustituido la habilidad por los kilos. Bajo el aro se concentran hoy quince metros de altura -un edificio de cuatro pisos- y 600 kilos de peso -un toro de lidia-. Los pívots se mueven en ese magma con la densidad del núcleo de un átomo de uranio, como niños encerrados en un desván atiborrado de objetos. Los hermanos Gasol han padecido el martirio de la atmósfera sólida de la zona hasta que Llull les facilitó el juego con su desenvoltura líquida. El arsenal ofensivo de España es incuestionable, aunque sembraba la incertidumbre con su inconsistencia y pereza defensivas. Ante Rusia se desconectó de su virtuosismos en los lanzamientos. ¿Cuánto tiempo hace que no obtenía nueve puntos en el primer cuarto, para arrastrarse al descanso con 20? También el resultado adverso hubiéramos sabido explicarlo, pero ahora tenemos la sensación de que los de Scariolo se han reído de nosotros en la primera mitad, para reírse con nosotros en la segunda. Para entender la metamorfosis fulgurante, hay que remitirse a un tal James Naismith, inventor del baloncesto con unas rudimentarias canastas de frutas: «El atractivo de este juego se debe a que es fácil de practicar, pero difícil de dominar».