Es un consuelo comprobar cómo gran parte de las páginas del periódico están ocupadas por noticias de los pueblos en fiestas. En cierto modo es el contrapunto a la crónica negra-negrísima de la crisis, angustiosa por lo que se la sufre y perdurable según pronostican agoreros y sibilas. Diríase que ante la visión apocalíptica -y sin embargo, realista- que ofrecen los maniobreros de la política y las finanzas, los pueblos se manifiestan abiertamente por la alegría de vivir de lo que se tiene. Es el principio de la felicidad verdadera y posible de tejas abajo: gozarse en la conformidad; es además exigencia de la honradez, virtud social rentable a la corta o a la larga. Resulta obvio que también los pueblos habían participado en la loca ceremonia nacional del despilfarro que indefectiblemente exige cuentas; porque más real que la retórica España profunda de los burgos podridos en maledicencia de Azaña, es la espontánea y sana presunción del mundo rural, siempre dispuesto a festejar con cohetes y colorines al Patrón y a dar generosas albricias por los fastos de la vecindad. Ni en el Madrid más castizo podría encontrarse un tipo tan característico de la majeza como el mozo que en el pueblo «arrastraba la manta». De ahí la emulación, a veces exagerada entre los pueblos vecinos, en la confección de los programas de festejos; decididos unos y otros a tirar la casa por la ventana, agudizaban el ingenio para sorprender a propios y extraños con espectáculos epatantes y estelares intervenciones de figurillas de la canción y la tauromaquia. Pagaba Liborio y todos, contentos. Ahora el pagano se muestra encogido, esquilmado y las comisiones de festejos han de ingeniárselas para divertir al pueblo, con menos gastos, pero de manera que la crisis no estropee las tradicionales fiestas. Lo están consiguiendo porque para divertirse lo primero son las ganas. Cuentan que un general mejicano tenía a su hija en un prestigioso colegio de la capital; un día la estudiante le escribió pidiéndole que le comprara pijamas, porque los necesitaba para dormir; el general le contestó a vuelta de correo: Para dormir solo hace falta sueño.

Por lo que cuentan el periódico, la radio y la tele, las fiestas del mes festero por antonomasia, se está celebrando en los pueblos zamoranos, con animación parecida a la de otros años después de la diáspora despobladora. Es de suponer que este año, sean más los que un día emigraron y regresan por unos días, al olor del pan familiar y el sustancioso condumio. La crisis malhadada ha puesto coto a las ambiciones veraniegas, playa y chiringuito, de la clase media que en parte ha optado por la bucólica, acogiéndose a la ancha hospitalidad, jamás desmentida, de sus gentes. En tiempos, mas difíciles que el presente -¡figúrense!- los residentes en la capital acudían a sus familiares del pueblo en busca de alguna ayuda complementaria a la Cartilla de Racionamiento. No viene este recuerdo a humo de pajas sino a convencer de que el país supo salir de situaciones económicas de mayor gravedad. Es seguro que costará más trabajo y dolor salir con bien de otras crisis que han puesto el país a prueba: crisis de valores, de identidad nacional, de honradez política, de confianza en la Justicia y en la Jerarquía, de moral pública... ¿Será verdad que a este país ya no lo conoce la madre que lo parió? Tal vez sea necesario, acompañar a nuestros pueblos en fiestas, para conocer lo que fuimos y que gracias al esfuerzo afanoso de los pueblos, aún podemos ser. Dijo un pensador, famoso y discutido, que lo que no es tradición es plagio. Entonces, la autenticidad radica en los pueblos.

A lo largo y lo ancho de la geografía zamorana de la piedad, se va desgranando a lo largo de este mes mariano, entre fiestas y festejos, la varia y hermosa letanía de advocaciones populares de la Virgen María. Es lógico que la más conocida en su historia y enternecedora leyenda sea Nuestra Señora del Tránsito; algo influirá en la fama su condición capitalina; sin embargo algunas de sus fervientes devotas lamentan que la novena no concite aquellas multitudes que acudían en riadas al templo de la Virgen Dormida. Las costumbres, aun las piadosas, pasan por etapas distintas, a veces de difícil explicación. Lo verdaderamente importante es que la ciudad se sienta protegida y segura de caminar con las sandalias simbólicas del Tránsito. Bella y acertada metáfora para el hombre peregrino en la Tierra.