En la comedia «Eloísa está debajo de un almendro», de Jardiel Poncela, aparece un personaje que se pelea con el locutor de la radio. A los dos segundos de escuchar, lanza un improperio. «Son incompatibles», comenta su criado a un visitante. El personaje de marras, Edgardo, es un lunático (como la mayoría de personajes de la obra), pero la actitud de replicar a quien nos habla desde un aparato electrónico es bastante común. Si estamos solos lo hacemos mentalmente, pero en compañía nos soltamos. El locutor proclama un penalti y le desautorizamos prontamente: «Este idiota no tiene ni idea», o «está comprado», o «se cree que transmite patinaje». Ya no les cuento si se trata del discurso de un gobernante. Ante los programas de vísceras famosas y las demostraciones intelectuales de los «realitis», el tono puede llegar a lo más soez. Hasta hace poco, tales comentarios no trascendían de la sala de estar o de las mesas más cercanas del bar, pero llegaron, por este orden, Internet, los dispositivos móviles y las redes sociales, y nuestra afición a destripar cambió la dimensión del escenario. Ya no flagelamos al locutor ante nuestro vecino de sofá, sino que soltamos la ocurrencia en twitter, y así se pone al alcance del mundo entero. Con lo que acaba llegando al propio interesado. Y encima, como los medios de comunicación han descubierto una fuente barata de sociología de bolsillo en las estadísticas de trending topics, los mayores encarnizamientos se convierten en noticia avalada por las cabeceras más respetables. Un tipo ocurrente hace un chiste con los comentarios de Sara Carbonero y la bola de nieve roba el protagonismo del día a la prima de riesgo. La penúltima víctima de esta forma de asaetear ha sido Gemma Mengual, medallista olímpica en natación sincronizada y comentarista de TVE en estos juegos de Londres, a la que se echa en cara la dureza de sus comentarios. No se ha dicho de ella nada que no se haya dicho otras veces de otros opinadores; la diferencia radica en la dimensión del foro. Es una nueva realidad a la que a duras penas nos vamos acostumbrando y que tal vez hará nacer nuevas reglas. Con algo de habilidad y de conocimiento del medio, un usuario avezado puede iniciar campañas difamatorias capaces de hundir a cualquiera. Tal vez aparezcan profesionales de la especialidad, como los existen de alabar (o machacar) restaurantes y hoteles en las webs de recomendaciones. Da un poco de miedo: el que siempre provocan las turbas.