Cuando llega agosto se produce una especie de estremecimiento en el calendario que ha dado lugar a una larga e interesante cadena de dichos, refranes y frases más o menos sabrosas, pero siempre dedicadas al mismo mes.

Agosto ofrece una rica cronología tanto desde el punto de vista popular como desde el religioso y en nuestra provincia en ambos aspectos podemos distraernos hasta cansarnos. Comenzamos con las Nieves y nos detenemos en La Bóveda de Toro y en San Pedro de Ceque, dos referencias llenas de viejos pero señoriales vestigios. Pasamos al día seis y nos encontramos con el Salvador que desde nuestra Catedral levanta lleno de fuerza y de vida su llamada y su influencia en su entorno y principalmente dentro de las tierras de sus dominios, tanto al norte como sur del Duero y en este caso concreto desde el Otero del Obispo, hoy Tardobispo, la dedicación al Salvador se extiende a lo largo y ancho de las tierras de la diócesis.

San Salvador de Palazuelo nos marca esa referencia claramente y nos fija a la vez una señal en la marcha hacia el Duero. Y siguiendo el calendario llegamos a San Lorenzo que tantas y tantas evocaciones y recuerdos nos trae a la memoria, formando parte hasta del ambiente festivo popular de canciones tradicionales populares que en todo momento afloraban en los ambientes festivos veraniegos y acaso siempre a la vista del duro trabajo.

Y nada digamos del día de la Asunción, cuya estadística ganaría por goleada a la hora de contar con nuestras advocaciones y sin olvidar nuestra Virgen Dormida, claro ejemplo de la enorme fuerza que la advocación de la Madre ha tenido y se conserva en las tierras del Duero.

Y nos vamos al final para recordar con esa señorial elegancia que la historia suele guardar con celo y empeño a San Agustín que desde ambas orillas y uno en cada extremo de nuestro recorrido provincial celebran su fiesta, Toro y Fermoselle guardan con celo y viven en plenitud de ese señorío y de esa rica historia que ocupa miles de páginas a lo largo de siglos. El Duero parece haber querido conservar en sus orillas esa figura que constituye una de las grandes figuras de la historia de la iglesia. Toro y Fermoselle le siguen con enorme firmeza y ejemplo.

Agosto camina y se va, mientras aquí junto al ábside de la Virgen Dormida, el eco y el recuerdo de las primeras Nieves siguen fijas y perfectamente asentadas sobre esa fe firme y segura que da y deja el amor de la madre cuando nos dice adiós. Ese ábside y ese lugar constituyen ya un auténtico símbolo que justifica la Magdalena y guarda la Virgen Dormida hace siglos y así seguirá y se lo pedimos.