Me escapo unos días al sol del Mediterráneo insular y cuando vuelvo me encuentro con una noticia que me ha entristecido profundamente. Mal año este bisiesto de 2012. Podía haber acabado en 13 y el mal fario que le es propio a este número que sobrepasa a todo supersticioso que se precie, hubiera estado más en consonancia con tantos hechos luctuosos como se están produciendo. El paisaje de la Zamora urbana reduce el número de figuras que hasta ahora lo componían. Se nos van marchando tantos y tantos zamoranos queridos y recordados.

Julián Prieto Fernández, panadero mayor de este pequeño reino nuestro, también nos ha dicho adiós. Y en verdad que me entristece su pérdida. Apreciaba enormemente a Julián, un hombre generoso y todo bondad, para quien hoy quiero tener un recuerdo que trasciende el papel impreso para volar hasta el corazón de los suyos y de cuantos conocimos y vivimos, con mayor o menor intensidad, su amistad.

Un hombre que se ha ido dejando huella, y no solo en el corazón de sus amigos y conocidos que se contaban por cientos, sino en la propia historia de Zamora, en la historia del deporte y en la del mundo empresarial. A estas alturas no voy a recordar lo que hizo, que fue mucho, durante los doce años en los que ocupó la presidencia del Zamora C. F. Un cargo con mucha carga. Un cargo que le costó dinero, armonía familiar y salud. Un cargo por el que se sacrificó casi hasta la inmolación. Mi gran amigo Rogelio Lorenzo lo sabe bien. Conoce bien los disgustos que le ocasionó el hecho de promocionar al Zamora y colocarlo en el lugar que soñaba y con él toda la afición.

No es la primera vez que Julián se asoma a esta ventana de papel, solo que esta vez es de forma bien diferente, la única forma de la que no me gusta participar. Pero sería injusto por mi parte, a pesar de los días transcurridos, que no le dedicara este recuerdo entrañable, que no glosara su talante y su talento y que no le diera las gracias por tantos panes que él procuraba multiplicar en un generoso ejercicio de solidaridad, cuando llamaba a su puerta siempre abierta.

Me va a costar mucho no verlo albardado de buena harina, en su tahona del Polígono de La Hiniesta, con esa sonrisa que se le eternizaba a flor de labios y dedicándome un piropo que, a fuerza de repetirlo, llegué a creérmelo. Un piropo profesional que siempre le agradecí devolviéndole el cumplido. Estoy convencida de que su inquietud manifiesta le habrá llevado a montar un obrador allá en lo alto donde a buen seguro amasará el pan nuestro de cada día para el Señor del cielo. Cuán afortunado eres mi Dios. «Danos hoy el pan nuestro de cada día». Y bendice, Señor, el que siguen elaborando su hijo y su equipo en su «laboratorio» del Alto de La Albillera.

Para Carmen Alonso, su guapa y encantadora esposa, para sus hijos, Carmen, Julián, Pilar y Margot Prieto Alonso vaya mi más sentido pésame y mi abrazo más cálido y entrañable. Julián padre ha dejado en Julián hijo al continuador de una estirpe que no se pierde. Hoy, para todos ellos, amaso un gran beso con sabor a pan del bueno, a pan nuestro de cada día, como el que elaboraba Julián Prieto. No os quepa duda alguna de que, desde el lugar que ahora ocupa en lo más alto, os mira y nos mira, dedicándonos su sonrisa de hombre bueno, y valiente, y luchador infatigable, la sonrisa blanca de harina del mejor trigo del panadero mayor de Zamora, Julián Prieto Fernández.