El uso de toros, novillos y vaquillas en muchas fiestas españolas es una de esas expresiones contrarias a cualquiera de los valores éticos y de tolerancia que persigue un grupo social interesado en mejorar.

La tauromaquia tiene su punto final con el desarrollo de La Ilustración en las naciones europeas. Se suprimen lanceos a caballo, peleas de toros y perros, etc. en todos los países de Europa excepto en España por culpa, entre otras cosas, de las fronteras que contra ella se levantaron desde una monarquía absolutista rancia, tolerada por un pueblo embrutecido. Se mantiene entonces en 2012 como un anacronismo que lastra el objetivo de un mundo mejor, en cuanto a simbolizar la expresión social del respeto hacia el que puede sentir dolor o placer.

Las civilizaciones desarrolladas en el catolicismo han producido sociedades patriarcales, androcéntricas, que han inhibido el potencial de realización del ser humano en muchos sentidos. Por supuesto las mujeres son las más perjudicadas, pero es penoso también sentir cómo los hombres perdemos capacidades vitales al tener que asumir ciertos roles. El reducto machista de la tauromaquia se mantiene incomprensiblemente también por las mujeres que alimentan, como cómplices, actitudes con interpretación de dominación del varón sobre toda la naturaleza, sin darse cuenta de que se mutilan a ellas mismas y de que mutilan a los hombres que obligan a no abandonar esos absurdos patrones.

Actualmente, sin embargo, el debate se centra en la concepción especista del espectáculo. Las personas abolicionistas sostenemos que no podemos anteponer los intereses secundarios de los seres humanos a los intereses principales de otras especies cuyos individuos tienen, igual que nosotros, capacidad para sentir dolor y placer, para abrigar afecto por los suyos y para experimentar empatía. Los derechos a vivir, a no sufrir, a relacionarse con sus semejantes, a ser libres, prevalecen sobre nuestro derecho a querer divertirnos. Más aún cuando tenemos alternativas para ello. Y hay que centrarse en eso, porque aunque defiendo que los intereses principales de una especie tampoco deben anteponerse a los intereses principales de otra, y menos si hay alternativa, la discusión de la supresión de la tauromaquia no requiere la solución de este conflicto moral.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, al escuchar cada uno de los razonamientos que los taurófilos intentan hacerles ver a los antitaurómacos, no se comprende cómo alguien puede darle la misma importancia a explicaciones como que el ecosistema de la dehesa desaparecería sin toros de lidia (falso), que la especie desaparecería (falso) o que sostiene un tejido económico importante (falso). La persecución de todos los valores de igualdad, que esta práctica destruye, es suficiente para desmontar los argumentos anteriores, incluso queriendo asumir, ciegamente, que son ciertos.

Consciente de que el debate ético está perdido, el mundo de la tauromaquia dirige todos los esfuerzos a desviar la discusión hacia temas menores como los anteriormente mencionados. Es lógico porque defienden sus intereses. Es más desesperanzadora la actitud de ese sesenta por ciento de la población española que se muestra indiferente y que, haciendo honor a los valores de esta sociedad materialista, decide mirar para otro lado... porque la fiesta no va con ellos.