Hoy es un buen día para emborracharse de fútbol. Decía el poeta Baudelaire que hay que estar siempre ebrio, hay que emborracharse sin tregua. ¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como gusten. Incluso de fútbol. Pero embriáguense. Los que hoy se embriaguen de fútbol se embriagarán también de vino, de poesía y de virtud. ¿Por qué? Porque el fútbol, el vino, la poesía y la virtud mezclan tan bien como el martini con vodka de James Bond, como la sombra de un pino con libros de Julio Verne, como el azul del mar con el cielo de Grecia. Hoy es un buen día para emborracharse.

¿El resultado? Hemos venido a emborracharnos, así que el resultado nos da igual. Bueno, no nos da igual, pero con vino, poesía y virtud las victorias son espléndidas y las derrotas son magníficas, como la derrota de Héctor ante Aquiles a los pies de las murallas de Troya. ¿La selección española? Muy bien, gracias. Gracias a una generación de futbolistas bajitos absolutamente irrepetible. ¿La selección italiana? Bien, gracias. Gracias a Pirlo y a una forma de entender el fútbol que ha hecho olvidar el codazo de Tassotti a Luis Enrique en el Mundial de Estados Unidos. La final de la Eurocopa entre España e Italia es una final espléndida y magnífica, una final que merece un buen vino, mucha poesía a cargo de los locos bajitos españoles y las poses del inimitable (y poéticamente sobrevalorado) Balotelli y, sobre todo, toneladas de virtud. La final de la Eurocopa no es la venganza del Mediterráneo sobre Angela Merkel y Alemania, sino un partido de fútbol entre dos equipos maravillosos. La final de la Eurocopa no es la victoria del trigo, la vid y el olivo sobre los bárbaros del norte, ni la continuación de la política por otros medios (y defensas, y delanteros), ni el opio del pueblo contra la prima de riesgo, las agencias de calificación, los recortes en sanidad y la madre que los parió a todos. Resulta que Marx tenía razón en su análisis del modo de producción capitalista, pero los marxistas pueden ver el partido España-Italia sin que repugne a su conciencia (ni a su conducta) porque un partido de fútbol no es una cuestión ideológica, sino moral. O sea, que en el fondo sí es una cuestión ideológica, pero el que esté libre de contradicciones que tire la primera piedra filosófica.

Dos equipos entran en un estadio de Kiev y solo uno sale campeón. Como en «Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno», pero sin muertos ni guapos héroes postapocalípticos pasándolas canutas. ¿Solo eso? ¿Tanto lío para ver a dos equipos luchar en la cúpula del trueno de Kiev sin que nadie resulte muerto o tan solo herido? Pues sí. Una de las enseñanzas morales del fútbol es que el fútbol no es más que fútbol, como el vino es vino, la poesía es poesía y la virtud es virtud. A los que nos gusta el fútbol nos gusta Pirlo vista de azul o de rojo, y a los que nos gusta el fútbol nos gusta Iniesta tanto si viste de rojo como si viste de azul. Hoy brindaremos si Casillas levanta la Copa y beberemos si la Copa se la llevan los italianos. Hoy nos emborracharemos de poesía si la selección española se convierte en el mejor equipo de la historia del fútbol, pero a medianoche estaremos ebrios de poesía si la selección italiana nos deja con la gloria en los labios. Hoy aprenderemos que el inteligente es sabio, y que el sabio es bueno, y que el bueno entiende que un partido de fútbol es una excusa para ver a los amigos, llenar los bares, visitar las fuentes, leer las «Meditaciones» de Marco Aurelio y acordarse de los que ya no están con nosotros. Hoy es un gran día. Hoy el resultado del partido España-Italia nos da igual, aunque en realidad no nos da igual.

Hoy es un buen día para emborracharse. De vino, de poesía, de virtud. De fútbol.