Si alguien ajeno al sector agrario lee la noticia de arriba (bastante poco probable, por cierto), ya sé lo que va a pensar y a decir, si tiene al lado a un congénere de su mismo grupo. Escupirá (metafóricamente, se entiende): «Mira, otra vez la PAC, a chupar del bote, los agricultores y ganaderos siempre tienen la mano abierta, todos los años hacen el egipcio y así van tirando; y encima de quejan, mira, yo soy..., (aquí vale poner cualquier profesión al uso menos la de labrador o criador de reses) y nadie me ha dado nada; tengo unos gastos y unos ingresos y si el balance no cuadra, pues eso: ajo y agua; a estos no, a estos todos los años le dan... (y busca en la noticia de arriba) ¡1.000 millones de euros a los de Castilla y León!, y encima reciben fondos, de los que aportamos todos, la duquesa de Alba, el conde de nosequé, las monjas, gestores de campos de golf..., esto es una ruina, el que quiera vivir del cuento que se ponga a pedir, basta ya de mamandurrias...». Y después de la perorata se queda tan ancho, saca pecho y todavía espeta: «Yo quitaba las ayudas de la PAC, el que quiera vivir que vaya a trabajar, no están los tiempos para subvenciones ni regalos; trabajar más, eso es lo que hay que hacer, basta ya de mantener vagos». Acaba y apura el -segundo- vinito de la mañana. Respira.

Ni las administraciones implicadas, ni las organizaciones profesionales agrarias, ni los periodistas hemos conseguido transmitir a la sociedad que las ayudas PAC no son un regalo para los hombres del campo; que sirven, sobre todo, para evitar que los precios de los alimentos se disparen en la cesta de la compra. O sea que ayudan, sobre todo, a los consumidores. Las subvenciones comunitarias sirven para mantener un mínimo tejido social en el ámbito rural; para pagar precios ruinosos en origen, para que haya un número mínimo de agricultores y ganaderos que garanticen el suministro a la población de productos saludables. Y el único argumento que va a entender el sabiondo del -segundo- vinito: desde que se conceden ayudas PAC, Zamora ha perdido más de la mitad de sus agricultores y ganaderos. Está claro que este oficio no es un chollo.