Si no supiéramos sobradamente las causas, resultaría sorprendente y paradójico comprobar cómo a pesar de la normalización en los hábitos democráticos que trae el paso del tiempo y del avance tecnológico que permite de manera cada vez más sencilla cumplir el viejo sueño de los demócratas de un hombre un voto, la propuesta sigue siendo utopía en aquel ámbito en que más deberían lucir las formas democráticas.

Choca -y no porque lo haya escrito ya en multitud de ocasiones voy a dejar de reiterarlo-, que sea en los modos internos de los partidos políticos donde mayor déficit democrático se mantiene. No en la letra o el mero formalismo, que en esto los estatutos de unos y otros son un prodigio de respeto democrático y garantía participativa. Es el fondo, la sustancia real, lo que falla escandalosamente. Y aquí volvemos al repetitivo un hombre un voto que no solo no promueven sino que ponen todo el empeño en prohibir en estatutos y reglamentos.

Solo hay un problema para que cada militante pueda emitir su voto libre, secreto y directo hacia aquellos que desee tener por dirigentes. Hacia aquellos con los que sienta una mayor afinidad ideológica, una mejor empatía o en cuya capacidad, trayectoria o forma de ser y actuar confíe. Esto ocurre precisamente en el contexto político, donde se disputa para algunos un medio de vida y se juegan en primera línea las fichas del poder.

Interesa a unos pocos el control absoluto de los movimientos del conjunto de los afiliados para que nada pueda alterarse en el orden establecido por esos pocos. Que el conjunto se mueva uniformemente, como un fluido se desplaza por una tubería, encauzados, sin versos sueltos que defiendan que las opiniones pueden ser más o menos significativas en función de quién provengan, pero que el voto debe valer lo mismo.

El filósofo alemán Jürgen Habermas, que ha servido de inspiración a más de un dirigente destacado del centro derecha español -aunque más bien para otras cosas-, habla con carácter general en el mundo de la política de partido, institucional e incluso internacional, de la confrontación élites opacas contra pueblos demócratas, el «sistema» contra el mundo de la vida. El aparato contra las bases hemos oído decir también en múltiples ocasiones. El control o la tutela con ciertos tintes caciquiles frente a la libertad individual, la autonomía de criterio, el libre albedrío en suma.

El partido popular de Zamora acaba de convocar su congreso provincial, el teórico punto de encuentro de los cinco mil zamoranos que militamos en él y donde corresponde elegir a aquellos que hayan de dirigir la formación para los próximos -y muy complejos- años. Pero solo menos de 400 serán los que podrán efectivamente introducir su papeleta en la urna con el nombre de su candidato a presidir el partido hegemónico de nuestra provincia. Menos, por ejemplo, que los que pueden votar a sus dirigentes en cualquiera de las cofradías de nuestra Semana Santa.

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