Todavía con el corazón sobrecogido, camino por San Torcuato arriba a las diez de la noche. El eco de los ay del fútbol llegan hasta mí, pero no me sacan de mi ensimismamiento. Rumio el precioso Pregón de las Angustias que acabo de oír en la iglesia de San Vicente. Lo ha dicho Luis Felipe Delgado y responde al sexto centenario de la cofradía.

Siempre creo que un pregón es algo liviano, una faena de aliño que se hace con música para sonar bien a los oídos. Pero lo que escuché, además de música, tenía la hondura que da el vivir o haber vivido lo que se dice. El sentir lo que la boca va desgranando como un rosario de frases hermosas.

Ante no menos de cuatrocientas personas, Luis Felipe desgranó recuerdos, recordó historias y coronó a la Madre con un puñado de rosas que en casos llevaban afiladas espadas en su tallo.

Con los ojos asombrados de la alcaldesa Rosa Valdeón y la subdelegada del Gobierno Clara San Damián -ellas me confesaron su emoción- Luis Felipe repasó las madres que procesionan y viven en la Semana Santa de Zamora. Y en una especie de Vía Crucis maternal recorrió las calles de nuestra ciudad, invitándonos a que le siguiéramos por el camino de sus dolorosas palabras.

Hizo un repaso especialmente emotivo a la madre de la tierra, a nuestra madre, a las madres de todos. Habló de ella situándola en el momento del parto y de la muerte, recorriendo todos los estadios de la vida. Resaltó el amor con que todas, sin excepción, se ocupan de sus hijos sin otro ánimo que procurar su bienestar y felicidad.

Oí toses y traseros que se removían en los bancos cuando comenzó a desgranar recuerdos del ayer tan lejano y tan cercano. El pan con chocolate, la matinal del Barrueco, el campeche de María en los soportales, el barreño de agua caliente para darte un pasón antes de ir al cole...

No sé por qué pero, siempre estas cosas de la niñez me conmueven. Quizás porque la mayoría de los que estábamos allí ya nunca volveríamos a cumplir los cuarenta. Quizás si algo eché de menos, fue eso. Más gente joven que se acerque a esta comunión de las palabras, que sin duda serían lección de zamoranía para el futuro. Quien no conoce el pasado de los suyos, sus pequeñas cuitas, tantas veces grandes, acaba siendo un desarraigado.

Luis nos metió en el aula y en las traducciones de Cicerón, para recordar los ojos de la madre que crece a la par que el hijo sin perderle de vista. Siempre atenta a que su tallo crezca sin torcerse y se vaya plagando de una sabiduría necesaria para caminar por el camino recto.

Y la madre anciana, que busca sosiego y paz en la mirada de la Virgen de las Angustias. Madre que busca el rosario en la soledad para desgranar los días que le van quedando para entregarse al abrazo de la Virgen que desde niña adoró?

Un recuerdo entre líneas para una mujer muy especial para Luis Felipe, que ha vivido, que ha sentido en su cuerpo la herida que rasga y rompe el corazón por el hijo perdido. Dos mujeres y un destino fatal: la Virgen y la humana madre que han perdido lo más amado.

Acabado el capítulo de las emociones, Luis tiró de lira y sacó el pedazo poeta que lleva dentro para hacer un epílogo hermosísimo, poema dedicado a la Madre que, en él, es Madre de Madres. Y le dijo que asciende al altar de la ternura para enseñarnos cómo pasa la muerte desde sus brazos a la sepultura. Ahora comprendo algo mejor la Semana Santa. Un abrazo, amigo.

delfin_rod@hotmail.com