Dentro de dos meses se cumplirán treinta años de las primeras elecciones autonómicas andaluzas, las de 1982, que ganó el PSOE con una mayoría aplastante, antesala de la que consiguió cinco meses más tarde en las elecciones generales que dieron paso a los catorce años de Felipe González y a una década larga de dominio socialista en casi todos los ámbitos de la política española. El próximo domingo, el PP va a completar el camino inverso: tras arrebatar al PSOE la primacía en los ayuntamientos, en la mayoría de autonomías y en las Cortes, remachará en Andalucía su ofensiva, tras la que solo unos pocos galos resistirán en aldeas dispersas. De que Asturias sea una de ellas depende que el dolor socialista sea inaguantable o insoportable.

Por otra parte, la que viene va a ser la segunda derrota del Pérez Rubalcaba como líder del PSOE, primera tras su elección en el congreso del PSOE, a principios de febrero. Se eligió Sevilla como escenario congresual para incidir positivamente en las expectativas electorales, pero de poco sirvió. La candidata preferida por el aparato andaluz salió derrotada, y las votaciones fueron tan ajustadas que se transmitió más imagen de división que de reconstrucción. Zapatero necesitó cuatro años para transitar desde la victoria escasa en el partido hasta la capacidad de ganar unas elecciones. Rubalcaba solo lleva seis semanas en el cargo y unos pocos meses como cabeza de cartel, durante los cuales ya ha acumulado una debacle electoral.

Rubalcaba no ha conseguido levantar las expectativas electorales del PSOE andaluz. Más bien ha contemplado como, bajo su liderazgo, se iban hundiendo en los sondeos. Es difícil achacarle la responsabilidad de una situación en la que se suman el hartazgo de tres décadas, el 30 % de paro, el escándalo de los ERE y la participación en la tendencia política general. Pero no se le ha visto capaz de levantar un ánimo nuevo desde un discurso distinto. No ha dicho nada que no se supiera, ni siquiera la advertencia de que el PP esconde propósitos desagradables que va a anunciar al día siguiente de su victoria. Este dato se da por descontado, y todos apechugan con él. Al fin y al cabo, el Gobierno en el que Rubalcaba participaba fue el primero en enseñarnos a tragar aceite de ricino por nuestro bien.