Ayer domingo tenía lugar en el privilegiado marco de san Cipriano la segunda jornada del Pórtico de Zamora, dedicada a la obra Juan Sebastian Bach, en manos del tiorbista Hopkinson Smith. Puede afirmarse sin temor a exagerar que el norteamericano es la mayor autoridad reconocida en el ámbito de la interpretación solista de laúd, tiorba, vihuela y guitarra barroca, como atestiguan sus numerosas grabaciones y su prolija actividad como intérprete. Sin embargo, programar un recital de este tipo es un riesgo, pues además de una acústica favorecedora requiere contar con un público de calidad que acepte la delicadeza tímbrica, la discreta presencia sonora de un instrumento tan fino y sutil en la emisión de sus matices y resonancias como frágil ante cualquier crujido de programas o involuntaria tos. Las refinadas yemas de los dedos de Smith mantuvieron la atención del público en un grado muy alto, mientras los generosos muros de San Cipriano amplificaban suavemente el limpio, elocuente fraseo de las zarabandas y minuetos que Bach escribió en su día para violonchelo, pero que han sido transcritas con acierto por instrumentistas celosos de tan hermosas creaciones. Entre las estilizadas danzas de distinto carácter que componían las distintas suites -catalogadas como BWV 1007, 1008 y 1009- destacó por su fluidez expresiva la zarabanda de la segunda de ellas. El programa de la novena edición del Pórtico había girado en torno a numerosas versiones de esta meditativa pieza, lo que hizo que el aplauso del público a su conclusión fuese particularmente cálido.

Los temibles entramados polifónicos de las vivaces courantes y gigas fueron la causa de que algún dedo de Smith quedase en ocasiones enredado en la selva de cuerdas, perdiendo notas de la melodía, pero en ningún caso la pureza formal o la autenticidad, pues ciertamente es difícil conciliar la precisión absoluta con la exquisitez interpretativa cuando las cuerdas de un instrumento son tantas y tan próximas entre sí. Como el propio músico explicó en un peculiar castellano entre la interpretación de la primera y segunda suites, la tiorba alemana -frecuentemente empleada en Leipzig o Dresde en la época de Bach- no es exactamente un instrumento para este repertorio, sino un laúd bajo desarrollado ante todo para acompañar. Es el tipo de afinación, más que sus cualidades solistas (más desarrolladas en la tiorba italiana) lo que lo hace idóneo para ejecutar transcripciones de música para violonchelo.

Tras este fin de semana consagrado a los recitales instrumentales, el viernes 23 a las ocho y media de la tarde se reanudará el Pórtico con una agrupación vocal como protagonista: La Grande Chapelle, dirigida por Albert Recasens, en un concierto que cuenta con apoyo del Ministerio de Cultura a través del Centro Nacional de Difusión Musical.