Según la última encuesta del CIS, tres aspectos de la vida nacional preocupan principalmente a los españoles: el primero, la situación económica, al que siguen en este orden, la corrupción y los políticos. Sin necesidad de mayores explicaciones, estos dos motivos de preocupación podrían reducirse a uno -corrupción de políticos- cambiando «y» por «de». Parece obvio que en la charca inmunda que día a día es retratada en los medios periodísticos, chapotean individuos dedicados a la política o relacionados con políticos en ejercicio. « Los affaires son los affaires», españolizaba el afrancesado alevín de plumífero. Pero no todos los «affaires» son iguales ni todos los corruptos son equiparables, ya que en esto de la corrupción hay que tener en cuenta las circunstancias; en los casos de políticos enlodados estas siempre son agravantes porque a la malicia intrínseca del delito añaden el escándalo público, la alarma social y la indignación del votante defraudado. Sin embargo, no parece tan claro que los abundantes casos de corrupción que ha llevado a conocidos políticos ante los jueces, preocupen tanto como parece desprenderse de las encuestas del CIS. De ser cierta, resultaría ser una preocupación tan inoperante como demuestran las urnas; los corruptos no son castigados como cabría esperar si los votantes tuvieran conciencia viva de los hechos. Se ha comprobado en pasadas elecciones y esta por ver en las andaluzas la influencia de los malhadados ERE y las denunciadas ayudas de Invercaria, que algunos pronosticadores estiman que serán decisivos en el recuento de los votos. La trabajosa instrucción que está llevando a cabo, con impasibilidad evidente, la jueza Mercedes Alaya, pone, aunque no lo quiera, algo de pimienta a los reñidos comicios. Con la prisión preventiva sin fianza del ex director general de empleo de la Junta y hasta ahora principal encausado por los falsos ERE, ha subido el interés popular, mediático y político del caso.

Es verdad que se exagera no poco al decir que la clase política se ha visto invadida por el virus de la corrupción hasta convertirla en un nuevo Patio de Monipodio. Los inficionados no son ciertamente numerosos, pero se hacen notar precisamente por su condición política. Regeneración prometieron en la campaña electoral el presidente Rajoy y sus compañeros de candidatura. Para nadie es un secreto que el pueblo espera una regeneración política. La gigantesca operación de limpieza debe comenzar necesariamente por la eliminación de corrupciones, corruptelas, clientelismos y mamandurrias que han desacreditado a la política a los ojos del pueblo. La codicia acosa al administrador público con más intensidad que a todo hijo de vecino. El poder pone a su alcance la caja como una tentación constante que el hombre probo y honesto resiste con facilidad. Por eso hay que ayudar a los débiles con medidas preventivas y normas inexcusables de conducta a las que deben someterse todos los partidos, sin excepción.

Se ha contado que la famosa jueza de los Eres andaluces va a fijar una fianza al exdirector Guerrero en consecuencia con los millones defraudados. Cada vez que se detecta un caso de presunta corrupción, es frecuente el comentario del ciudadano justiciero: que devuelvan lo robado. Parece una exigencia justa y muy oportuna. No es absurdo pensar que no serían tan necesarios los dolorosos recortes que el Gobierno aplica a los ciudadanos honrados si intentara recuperar con mano firme los dineros robados: si políticos y afines restituyeran lo adquirido con procedimientos tramposos; si Hacienda rescatara con intereses todos los dineros defraudados; si se integraran en España las millonarias cuentas ocultadas en paraísos fiscales; si se obligara a salir a la luz la economía sumergía y... añada el lector las condicionantes que se le ocurran. El «Castelar» del barito presumía de haber encontrado el remedio mas eficaz para acabar con todas las corrupciones: una ley votada por el Parlamento por la que se garantizara a corruptos y defraudadores la libertad a cambio de que entregaran voluntariamente el producto íntegro de sus rapacerías. Los que se negaran a aceptar la generosa oferta, serían perseguidos, detenidos, desprovistos de todos sus bienes y condenados a trabajos forzados: ¿por qué razón un aprovechado corrupto va a recibir alojamiento y manutención a costa del contribuyente? ¿ a cuenta de qué el corrupto preso es liberado de ganarse el pan? El camarero objetó al «Castelar»: tú no eres contribuyente, no pagas impuestos, no trabajas ¡felizmente!, se pavoneó el orador.