Lo enfermizo es notorio. Existe una seria equivocación cuando se piensa que los españoles se divierten o simplemente lo asumen, escuchando el dialéctico floristeo, en el sentido de echarse flores, de los experimentados políticos que pululan por los pasillos del Congreso de los Diputados. Este país, es cierto que puede en principio sentir ante los políticos y parlamentarios un especial cosquilleo o escalofrío, acaso por herencia del pasado, tal vez por planteamientos fracasados, pero, cuando se supera la falsa nostalgia, la pesadumbre o lo que sea, huye siempre de lo inútil o del gesto rebuscado, cuando no del «gato encerrado», para ir a caer ante tanta insistencia insensata en el abandono y desprecio de lo político. Y cuando un pueblo como el español se aburre o se cansa y hastía de sus políticos lleva consigo siempre la posibilidad de una reacción o de un resabio de consecuencias imprevisibles en todos los órdenes de la vida.

En general, aburrir uno hasta a su propia sombra no suele tener mayores consecuencias; como mucho, tiene un sonoro ¡Ya está bien! del círculo familiar o del de amigos en que uno se mueve, pero que un político electo aburra por no haber entendido su situación y su deber o su misión social trae inevitablemente el cansancio y el repudio de aquellos a los que alcanza su influjo y a los que debe su puesto.

A muchos de nuestros actuales políticos del gobierno y de la oposición (PP y PSOE e incluso IU) podríamos decirles que aburren hasta a su sombra pues se repiten tanto y su discurrir mental es tan simplón o tan farragoso que cuando sus ideas consiguen llegar a nosotros suenan como zumbidos repetidos de insectos molestos (moscardones, por ejemplo). Nos sacian con vocablos reiterados una y otra vez, recalcitrantemente, como si solo política, economía, financiación, presupuestos, etc? fueran nuestra vida. Son cosas muy importantes, por supuesto, pero no lo son todo. Hay muchas más cosas en la vida.

Los moradores de esta nación dejan ver, tras el televisor, las páginas del periódico o las emisoras de radio, un espeluznante y sintomático bostezo de boca amplia al tiempo que sufren y meditan problemas más concretos e individuales y mucho menos estratosféricos y virtuales. Es cierto que los tiempos cambian y que la batalla contra los problemas económicos, de financiación o de inflación o deflación es una pelea de campo abierto, con caballería, infantería, tanques y aviones. Pero no hay que dejar de lado a la simple patata, a la modesta, maleable y a veces deliciosa y salvadora patata. Siempre habrá que comer, dicen los filósofos de calle.

Está visto que, pase lo que pase con Europa, lo que será de verdad cierto es que la tortilla de patatas, la tortilla española, seguirá siendo redonda, aunque algunos la crean o la consideren poca cosa.

Desde el punto de vista de un país enfermo o moribundo ¿qué diantre puede significar una economía sana? Y la pregunta sobrevuela los hogares como una sombra diabólica. Pero no hay respuesta? .¡Qué aburrimiento!