Hay que remover algunas ideas preconcebidas. Digamos que el contrapunto del político es el intelectual, por decirlo de alguna manera. Fue Giovanni Papini quien afirmó que los intelectuales están descartados de las clases dirigentes. Las personas estudiosas que son reflexivas están a menudo dando vueltas a los temas, muy a lo Hamlet, como para poder triunfar en la acción y muy a menudo su racionalismo y sus dialécticas, más bien simbólicas, las lleva a darse de bruces contra ciertos hechos elementales, contra ciertas leyes de las cosas más cercanas a personas menos cultas, aunque más intuitivas y activas. Y ahí surge el problema.

La historia política de los últimos años nos lo enseña ciertamente. Junto a números Uno de príncipes de la sabiduría aprendida en los libros, aparecen nulidades que no quisieron ser estudiosos pero que accedieron por otros caminos menos claros a los primeros puestos del poder.

La vida real raramente funciona con tipos únicos. La crónica general de este país está repleta de grandes frases que, por lo general, se pronuncian en horas amargas o decadentes como colofón de un descalabro o de una retirada. Se padece aquí, en España, de una ostentosa inflación de declaraciones que, una vez dichas, se esparcen por todos los rincones con cierto acento burlón o aburrido habitualmente. Y hasta llegan a cansar.

El llamado pueblo llano, cuando puede elegir libremente, raramente se equivoca. Entre un erudito pletórico de sabiduría y un inocente peón sin estudios serios y sin más filosofía que el refranero tradicional, la gente sencilla se quedará con el último. Tal vez es más cercano.

Hay que temer que la denominada clase política no está demasiado ducha en el lenguaje que entiende la gente sencilla de la calle. Ahora se vive en España un momento inaudito en política nacional a cuenta de los recortes imprescindibles que hay que llevar a cabo. Los líderes de la oposición actual, con Alfredo Pérez Rubalcaba a la cabeza, tristemente se olvidan de sus responsabilidades aireando la impureza de las medidas y acciones que tendrían que haber puesto ellos en marcha. De las acciones sindicales mejor no hablar en estos momentos. Muchas no tienen explicación sensata. Da la impresión de que tienen como fines disgregar y eso no parece de recibo. ¿Es tan difícil poner los pies en el suelo y no alimentar choques indignos y peligrosos? ¿Se percatan del riesgo que corremos todos?

Estamos pasando por un bazar de simulaciones políticas en las que los objetivos se distorsionan alegremente para lograr a veces lo contrario de lo que se dice. Las situaciones más tontas pueden llegar a deteriorarse inesperadamente por cualquier causa. Es cierto que la democracia da mucho, pero también exige mucho. No nos olvidemos de ello. Da libertad, pero pide respeto mutuo a tope; da convivencia, pero exige solidaridad y entrega. Da autoridad, pero exige orden general,? etc., etc? Valorémoslo en su justa medida y no echemos a perder lo conseguido.