Lo que está pasando en Sanabria debería ser estudiado en un manual de psicología. Hay un puñado (un solo individuo no puede hacer el estropicio montado) de desaprensivos y terroristas medioambientales (y el adjetivo que ustedes quieran) que están utilizando el arma de los incendios contra la Junta, esto es, contra la Administración regional, esto es, contra todos los castellano-leoneses. Hay en este comportamiento un sentimiento de inquina soterrado, como si cada cerilla incendiaria llevara prendido el mensaje de «os vais a enterar».

Los fuegos no se explican por la sequía, no se explican por los muchos contenciosos abiertos en la comarca y sin resolver, por los intereses que puedan tener cazadores, ganaderos, empresas madereras, propietarios de montes sin montes y hasta trabajadores medioambientales. No se explican por las cámaras de videovigilancia, ni por las restricciones de la figura de parque natural; no se explican por nada. Bueno sí, por un sentimiento, mejor, por un resentimiento retorcido que merece un capítulo aparte en el manual de psicología mencionado.

Da, además, la impresión de que los descerebrados de la mecha incendiaria están ganando la batalla y que la Junta está cansada de luchar contra molinos de viento en llamas. Parece que la Administración regional está agotada, no sabe qué hacer. No hay dinero para más cuadrillas, no hay estrategias efectivas que metan miedo a los que se mueven como fantasmas entre las sombras más cenicientas de la noche. Es como si estuviera a punto de tirar la toalla. Necesita ayuda.

La sociedad, agobiada por mil problemas reales y otros ficticios que son aventados por agoreros, comunicadores y políticos de mil pelajes, mira para otro lado. Es como si lo de los fuegos no fuera un problema importante. Hay indiferencia. Y eso es lo más peligroso. Con la Junta noqueada y la sociedad congelada, el panorama se presenta puntiagudo.

Ese es el reto. Que la ciudadanía entienda que quemar es destrucción, que abrasar los montes es evaporar la riqueza de todos, negar la belleza y hasta la salud. Hay que movilizarse, denunciar a quien prende, defender los intereses de todos, desenmascarar a los retorcidos que están robando a manos llenas.

Que nadie se encoja de hombres, que en los pueblos se sabe quien quema. Hay que denunciarlo y para eso los propios ayuntamientos tienen que ser receptivos, poner ojos y oídos en el campo. Lo pueden hacer. Y quien no lo haga será responsable de lo que está ocurriendo, un desastre ecológico y ciudadano.