La crisis económica alcanza de lleno al mayor negocio turístico de Zamora: su Semana Santa. Existe peligro de que mengüen los 15.000 cofrades que se movilizan cada año. Las hermandades zamoranas se mantienen con cuotas de pago bajas en comparación con otras celebraciones semejantes del resto de España, pero la singularidad de la capital es que una misma persona pertenece, al mismo tiempo, a varias cofradías. Y cuando se impone el ahorro, llegan las bajas, hasta el punto de que una hermandad, la de Jesús de Luz y Vida, ya ha expresado su temor de acabar desapareciendo.

Pero el problema de liquidez adquiere aún mayor calado. La dependencia casi absoluta de las subvenciones públicas ha terminado por estrangular la financiación de la Junta pro Semana Santa, una amenaza que se adivinaba desde que, hace dos años, comenzaron a recortarse las aportaciones de las diversas instituciones sin que en este tiempo se hayan articulado alternativas viables como nuevas vías de ingresos. La que podría ser una fuente óptima, el Museo de Semana Santa, ha seguido languideciendo hasta alcanzar un hecho insólito desde su inauguración, hace 55 años: un cierre temporal por falta de dinero para mantenerlo. Quién iba a decir a la Zamora de los grandes grupos escultóricos que sería la vecina Benavente, con una digna Semana Santa pero de menor repercusión, la que pusiera en marcha y mantuviera su propio museo con un pequeño presupuesto de 24.000 euros, mientras en la capital se echa el cierre a escasas semanas de Cuaresma.

La Junta de Cofradías acumula un déficit de 40.000 euros y tiene como principal deudor al Ayuntamiento de Zamora, que tiene pendiente de pago 90.000 euros. Tampoco puede aspirar el órgano semanasantero a encontrar los ecos de otros tiempos en la Administración regional, mermada de fondos y obligada a repartir, además, entre otras celebraciones que han adquirido el mismo rango que Zamora consiguió con esfuerzo y unidad.

La declaración de fiesta de Interés Turístico Internacional a la Semana Santa de Zamora, hace ya más de un cuarto de siglo, supuso el punto de inflexión en una política de promoción que el Ayuntamiento de la capital identificaba con sus más señeras fechas en el calendario por tradición, como manifestación cultural que trasciende la devoción cristiana y también como motor económico de una ciudad volcada hacia el sector servicios. La bonanza económica afianzó tanto las subvenciones públicas como los patrocinios privados, pero ahora, los recortes impuestos por la crisis abren serios interrogantes sobre el futuro de una celebración fundamental para el PIB de la capital zamorana. Las rebajas son inevitables en tiempos de sacrificio como los que atravesamos. Ahora bien, las instituciones, a la hora de plantear prioridades, debieran tener en cuenta que un activo que se contaba hasta ahora como seguro puede dejar de serlo si se le deja prestar la atención merecida. Y sí, Zamora debe apostar por ampliar sus potenciales visitantes desestacionalizando el turismo e incorporando a la oferta sus otros muchos atractivos paisajísticos y culturales, pero eso no significa necesariamente descuidar lo que se había conseguido con el trabajo de tantos a lo largo de más de un siglo.

Ese imprescindible apoyo institucional no debe ser entendido, sin embargo, como un cheque en blanco para gastos a los que las cofradías se han ido acostumbrando hasta acabar entendiéndolos como un derecho adquirido e indiscutible. A las hermandades les toca racionalizar el coste de sus respectivas procesiones. La Semana Santa de Zamora alcanzó sus más altas cotas cuando no había una banda detrás de cada uno de los pasos y supo, en su día, hacer de la necesidad virtud, sin precisar para ello oropeles y palios.

Pero también es cierto que, hasta ahora, la celebración ha resultado un negocio floreciente para la hostelería o el comercio a cambio de una escasa o nula colaboración de los industriales. Y en mal momento llega la reclamación que, en este sentido, hacen las cofradías, que han escogido la vía de en medio al pretender alzarse en competencia legal con la instalación de quioscos de bebida y sopas de ajo las madrugadas del Jueves y Viernes Santo. Una medida chusca que no se merece una celebración de tan alta categoría. Estamos a tiempo para recobrar la unidad y la sensatez, porque de lo contrario, con música de bandas o sin ella, Zamora corre el peligro de hacer el ridículo y acabar con su verdadera marca turística reconocida.