Hace casi 20 años que la televisión de Holanda, aun antes de la aprobación de la Ley de Eutanasia de ese país (2001), emitió la película «Death on request» (»Muerte a la carta»), en la que el enfermo Cees van Wendel, aquejado de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), solicitaba la eutanasia. Un médico, Wifred Van Oijen, atendía al paciente, conversaba con él, pedía una segunda opinión a otro profesional, elegía después los fármacos adecuados y, finalmente, se los administraba.

«Muerte a la carta» fue un éxito de audiencia, pero los análisis posteriores sobre su impacto no aclararon si los espectadores tenían conciencia de haber visto un documental realista sobre una persona que desea morir a causa de su penoso estado físico, o, en cambio, un «reality show», es decir, la grabación de algo que le sucedía «inducidamente» a una persona real y en la que los protagonistas eran el citado doctor y la esposa de Van Wendel, Antoinette, durante el proceso de toma de decisiones. Un primer visionado de la película transmitía la hondura de la decisión y el pálpito de una serena muerte en directo, pero al segundo pase predominaba la percepción de que no se había escuchado ni una palabra de Van Wendel, pese a que podía comunicarse por medios especiales (como el cosmólogo inglés Stephen Hawking, que padece ELA desde los 21 años).

El drama de una persona inmovilizada por una dolencia fue asimismo el núcleo de la premiada película «Mar adentro» (2004), sobre la vida de Ramón Sampedro, enfermo tetrapléjico que finalmente consigue el suicidio asistido, aunque el guión de este relato no dejaba lugar a dudas de que su protagonista deseaba su propia muerte con claridad y firmeza.

Un relato reciente sobre un paciente aquejado de ELA ha sido el del turolense Pedro Martínez, de 34 años, quien, asesorado por médicos de la asociación DMD (Derecho a Morir Dignamente), recibió el pasado mes de diciembre una sedación terminal y falleció en su domicilio de Madrid después de despedirse de su novia, sus amigos, su familia y su perro, según recogió el diario «El País».

Aunque con matices diferentes, Van Wendel, Sampedro o Pedro Martínez han sido tres casos de muerte pública en esa fase en la que el individuo considera que su vida carece de dignidad, cuando su cuerpo ha pasado a ser una pesada carga para sí mismo o para los seres queridos. Y si el caso holandés de la película «Muerte a la carta», con su impacto posterior, fue uno de los que más inclinó a la soberanía de dicho país a aprobar una Ley de Eutanasia, el del Pedro Martínez se ha producido en el interregno español entre el Gobierno Zapatero, que elaboró el pasado mayo el proyecto de Ley sobre Muerte Digna, y el Gobierno Rajoy, que no ha dado muestras de continuar o reiniciar su tramitación.

Aun sin darles cabida explícitamente, el proyecto de Ley del PSOE abría un hueco a los pacientes con grandes incapacidades físicas, al determinar el «pleno derecho de libre voluntad» del enfermo. No obstante, ese criterio fue respondido a continuación por un informe de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que veía una puerta abierta a la despenalización de la eutanasia o del suicidio asistido. Los obispos advertían de que «una vida humana podría carecer de dignidad tutelable en el momento en el que así lo dispusiera autónomamente la parte interesada e incluso eventualmente un tercero». Los obispos apelan así a la dignidad tutelable por el Estado, a una obligación de los poderes públicos. Y lo hicieron pocos meses antes de que la llegada de Rajoy a La Moncloa fuera un hecho más que predecible, lo cual supondría ulteriormente que la época de «leyes sociales» de Zapatero entraría en hibernación.