Los espartanos iban al combate al son de la flauta doble, como vemos de forma fugaz en la película «300», y siempre con el cabello peinado y el equipo bien pulido, como si se tratara de una procesión o de un festival religioso. Cuando atacaban, los espartanos cantaban un himno en honor a Apolo, se clamaba a Ares y avanzaban con un grito de guerra ululante que ponía los pelos de punta. El pelo largo, las armas relucientes, los himnos, los gritos de guerra? Todo era parte de una puesta en escena digna del mejor director artístico de Hollywood. Todo, excepto la flauta. ¿Por qué la flauta? ¿Por qué la música? El filósofo Sexto Empírico dice que si los espartanos entraban en combate acompañados del sonido de la flauta doble era por la misma razón por la que cantan los que realizan un trabajo penoso, para apartar la atención de la tortura del trabajo, no porque la música tenga la capacidad de excitar la mente. ¿Eso es el fútbol para nosotros, espartanos que nos enfrentamos cada día a una dura jornada de trabajo? ¿La sucesión de «clásicos», que es como ahora llamamos a los partidos entre el Barça y el Madrid, solo sirve para apartar la atención de la tortura del trabajo? ¿Es el fútbol, y en especial los partidos Barça-Madrid, el opio musical de las masas?

Sexto Empírico entendía la música como distracción porque, de la misma manera que el sueño o el vino no suprimen el dolor, sino que lo demoran con el sopor que producen, una melodía cualquiera tampoco mitiga el dolor del alma o la excitación de la cólera, sino que la distrae. Si el fútbol es como el sonido de la flauta para los espartanos, según la interpretación de Sexto Empírico, entonces su única función es demorar con su dulce sopor el dolor que produce ver cómo las mágicas agencias de calificación asustan con sus notas a los gobiernos como si fueran espartanos melenudos y con las armas bien pulidas. Si los duelos Barça-Madrid solo distraen a las masas, entonces el fútbol no es más importante que la cancioncilla que entonan Sheldon y Penny en un capítulo de la serie «Big-Bang» cuando tienen que pasarse horas fabricando «pennyflores» en cadena. A lo mejor es así de sencillo. Los espartanos escuchaban música antes de entrar en combate para olvidar que iban a entrar en combate, y los futboleros vemos partidos del Barça y del Madrid entre semana para olvidar que tenemos que fichar en el trabajo y que, encima, hay que dar las gracias, o para olvidar que estamos en el paro y no podemos fichar en ningún trabajo y, encima, la culpa es nuestra. Y, sin embargo, me entran ganas de complicar un poco las cosas.

Los clásicos (y no me refiero ahora a los partidos Barça-Madrid) entendían la música de dos maneras diferentes. Los epicúreos y escépticos sostenían que la música era una invención humana cuyo único efecto era el goce estético, de modo que su pretendida acción psicológica se reducía, como explica Luis Gil, a distraer la atención de algo que la tiene acaparada, sea el dolor, el temor o el cansancio. En cambio, los pitagóricos, platónicos, aristotélicos y estoicos veían la música casi como una institución divina que, además, formaba el carácter. No dudo del valor estético del fútbol, que es tan innegable como el valor estético del «Réquiem» de Mozart o «The Promised Land» de Bruce Springsteen. Tampoco dudo de la capacidad del fútbol para distraer nuestra atención de otras cosas más importantes o más urgentes. No dudo de la utilidad del fútbol como remedio contra el dolor de un mal día o el cansancio producido por muchos malos días. Pero tampoco dudo del poder del fútbol para hacernos mejores personas si, a la manera de Albert Camus, vemos un partido de fútbol como una enseñanza moral o un estadio como un lugar que alberga la felicidad humana. Dicen que al poeta Baudelaire le salvó de una tentativa de suicidio la audición de la ópera «Tannhäuser» de Wagner, y creo que un partido de fútbol puede salvar a los poetas (Edgar Morin entiende el fútbol no como una forma de alienación, sino como una poesía colectiva) de la tentación de mandar a la mierda a la humanidad después de escuchar la noticias en el telediario.

Suena la flauta doble de los partidos Barça-Madrid y los futboleros nos peinamos el cabello, pulimos nuestras armas dialécticas, olvidamos los dolores, formamos el carácter, aprendemos un poco de moral (a pesar de Pepe), somos más felices (a pesar de las malas caras de Mourinho) y nos preparamos para luchar por un mundo sin miedo a los mercados y a Standard & Poor's. No es poco.