Cuánto me enseña el habla de muchos políticos, cuánto me sirve para mi trabajo diario, vaya tropa. Su último neologismo, cuya autoría cabe adjudicar a cierta consejera del Gobierno asturiano, es «reprogramar» como sustituto de «recortar». La palabra «recortar» huele a cuerno quemado. Se asocia con complementos directos que meten miedo: recortar empleos, recortar la paga, recortar gastos. Por lo tanto, que diga una política que va a recortar el presupuesto para la sanidad pública o para la enseñanza pública suena fatal, le hace perder los votos de los afectados. Ese es, pues, el momento de llamar a la palestra a don Eufemismo, al encargado de manifestar de forma suave ideas cuya recta y franca expresión sería dura.

«Pero ¿cómo dice usted que vamos a recortar, hombre de Dios? Lo que vamos a hacer es reprogramar». Así, con el fin de extender el ventilador político para esparcir, la acción consistente en disminuir algo material, la acción que siempre se llamó en castellano «recortar», se conjugaría así: Yo reprogramo, tú recortas, nosotros reprogramamos, vosotros recortáis. Ole.

Tomando ejemplo de tan altos varones y tan preclaras damas, he decidido no suspender jamás a un alumno. ¿Qué es eso de «suspender», de negar la aprobación a un examinando? Da grima escucharlo, trae malos recuerdos a los padres, no mola. Pero, claro, si no puedo aprobar a un chaval que es zángano y mangantón, si he calificado como insuficientes todas las pruebas que hizo una moza perezosa y vivalavirgen, ¿cómo me las maravillo yo para comunicárselo a sus papás sin que mis palabras molesten, hieran o menoscaben a los progenitores, siempre convencidos de que tienen en su casa a la joya de la corona, a la flor del pitiminí?

Pues ya está, llamo a don Eufemismo, a don Prefijo y a don Sufijo, incluso a don Infijo, y el diálogo quedaría así:

-Buenas, que veníamos a ver por qué suspendió nuestra hija.

-Pero ¿cómo dicen ustedes que suspendió, hombre de Dios, mujer de Dios? Lo que ocurrió es que reprogramé su nota y, sobre un máximo de diez puntos, le puse un dos.

-Entonces le recortó ocho puntos?

-Y dale. Hay que ver qué mal uso del idioma, qué poca capacidad lingüística y eufemística, sinonimatoria y antinominatoria, diría yo.

-¿Mande?

-Que digo que su hija de ustedes y alumna mía experimentó una reprogramación calificatoria.

-Pero, entonces, ¿suspendió o no?

-Vuelta la burra al trigo. Suspender, suspender? Eso es un concepto obsoleto. Digamos que su hija se halla inmersa en un proceso preaprobacional.

-Y eso ¿qué es lo que es?

-Que, en base a los ítems de la fase intraevaluativa, su Michelle Yanira González García partió de una situación sin duda aprobacionante; pero, consideradas las implementaciones operativas del rendimiento porcentual, reprogramé su nota de ten points a two points.

Más claro, agua, señores míos.

-No entendemos ni papa: ¿quiere decir que metió tijeretazo a su nota?

-Tijeretazo, tijeretazo? No son formas de hablar en estos tiempos, amigos míos. A ver: aprobada, lo que se dice aprobada, Michelle Yanira no está. Para que ustedes me entiendan: su situación potencial es la de aprobatriz, pues demuestra una actitud conductual aprobante, lo que acaso conduzca a un estatus de aprobacionalidad, y podamos hablar entonces de reprogramación al alza del resultado hoy obtenido.

-Bueno, en conclusión: mucha reprogramación y mucha historia, pero palmar, palmó.

-Si ustedes lo prefieren así, pues de acuerdo: palmó, palmó con todas las de la ley. Cateó, suspendió, se cargó la asignatura.

Yo lo único que quería era consolarles con el lexema «aprob». Pero su hija tiene un dos como una catedral.

-Acabáramos.

-Que tengan ustedes un buen día.