El momento actual, a la vista del resultado del proyecto del Museo de Baltasar Lobo, es de desconcierto porque corta cualquier aspiración inmediata a conseguir un objetivo que suponía un verdadero revulsivo para dinamizar una zona que está necesitada de una intervención que la saque de su atonía y, de paso, que abriese la esperanza de organizar un espacio público que ostentase las características de centralidad que tuvo en lejanas épocas.

Como presumo que la ciudad no puede renunciar a tal objetivo, habría que pensar en reanudar el proceso de redacción del proyecto correspondiente. Lógicamente habrá que determinar las causas que hicieron inviable el proyecto de Moneo. Las explicaciones que dio en su última comparecencia nos aclaró más sobre su experiencia en un edificio universitario de Nueva York que del tema que nos interesaba. A mí me parece que se equivocó considerando que las ruinas de Zamora eran más o menos como las de Mérida, en donde solo había restos arqueológicos enterrados. Estas ruinas que tenemos no son fáciles de integrar en un esquema nuevo para un moderno museo. La consideración de la ruina como un accidente próximo a lo geológico puede abrir caminos para una consideración de este tipo de espacio baldío, resistente a toda manipulación y del que solo cabe reafirmarlo en su condición.

¿Por qué antes de procederse a un nuevo encargo de proyecto el Ayuntamiento no inicia una labor de información recabando las opiniones de profesionales a los que se les pueda atribuir méritos e interés por ocuparse de este tipo de trabajos? Esto puede lograrse con un concurso de ideas entre un selecto grupo de profesionales y que no es necesario que sean las estrellas de la profesión pero que, por conocerse su trayectoria presente, sintonicen con el tema que nos ocupa.

Y en paralelo con el proyecto de Museo, no se puede esperar a que quede resuelto sin que se haya abordado la ordenación del entorno Castillo-Catedral. Parecería que los verdaderos protagonistas de los intereses de la zona, como son el Obispado y el Ayuntamiento, podrían facilitar las cosas pero la realidad pone en entredicho.

Así el Obispado enajena un edificio que forma parte de la Catedral, como demuestra la continuidad que tiene con dicha fábrica, que anexiona con un arco que solo tiene tal función expresiva. Con esa operación, cualquier decisión de los dos operadores principales, Iglesia y Ayuntamiento, en el futuro va a estar mediatizada por un particular, que va a reclamar sus facultades de pleno dominio. Y eso hay se ha visto, el local ha servido para sala de exposiciones, bar de copas y ahora rentable sala de museo municipal, a costa del municipio.

Hay que ponerse en la situación ya consabida y en la que se va a aplicar la táctica que todos conocemos y que tanto gustan en ambas instituciones: no hacer nada. Tener los acuerdos más o menos formulados en secreto y actuar en el momento oportuno con la mayor naturalidad. Nada de reordenar, ni alterar una línea de sus trazas, aquí todo tiene su provecho en su ser natural. Y aquí hay un botín de rica huerta que está esperando convertirse en aprovechado solar. Y se repetirá la fórmula que se practicó en la calle Troncoso: uno o dos bloques de viviendas, que quedarán detrás de unas tapias que se levantarán más para ocultar el desaguisado ¿Y qué se hace con el resto de la edificación existente del convento? Pues derribando tabiques, las primitivas celdas pueden convertirse en salas apropiadas para museos de tapices, tesoros, libros, cosas que en la actualidad la Iglesia no dispone de sitio para su exposición.

Atrás queda, fuera de programa, la posibilidad de un mínimo tejido comercial de proximidad y de atención turística, de la recuperación de espacios estanciales protegidos como los soportales que configurasen un espacio regular para una nueva plaza en correspondencia con el atrio catedralicio y la apertura de una calle para acceder al grupo de viviendas construidas adosadas a la muralla.

Este es, más o menos el porvenir probable que nos espera para la transformación de esta zona. Ojalá me equivoque.