Su graciosa majestad vela por el pueblo a través de su gobierno, y por ello le ofrece noticias, documentales y series de gran calidad en una televisión pública sin anuncios. Este vendría a ser el paradigma de la BBC, hoy abocada a un régimen de urgente adelgazamiento que puede llevarle a reimplantar la carta de ajuste entre la una y las cinco de la madrugada, para no gastar. El primer ministro David Cameron ha ordenado que la más prestigiosa de las televisiones del planeta ponga su grano de arena al recorte de 90.000 millones de euros de gasto público, y lo de la carta de ajuste sería solo una parte. También se contempla la reducción de los estrenos y el aumento de las reposiciones, amén de renunciar a la Fórmula 1. Pero el regreso de la carta de ajuste es la gran imagen del frenazo y marcha atrás histórico.

La BBC es el fruto bueno de una mala práctica: el despotismo ilustrado aplicado a la televisión. Hijos de una historia de monarquías absolutas seguidas de repúblicas coercitivas, los estados europeos recibieron el nuevo invento como antes habían recibido, la mayoría de ellos, a la radio: otorgándose el derecho exclusivo de emisión. Miedo a la libertad se le llama a esto. Cuentan que De Gaulle le preguntó a Kennedy: ¿Cómo puede usted gobernar sin controlar la televisión? Barack Obama debe de pensar lo mismo cuando escucha a los comentaristas de la Fox. Pero el monopolio de la pantalla no evitó el mayo del 68, porque cuando se cierran los canales institucionales la información y el debate se desbordan por otras vías. El agua siempre se abre paso.

Luego todo cambió, y Europa se llenó de canales privados o privatizados con legítimos objetivos monetarios. Ante la proliferación de bazofia de gran audiencia, los programas de las públicas parecían exquisitos. Su continuidad no se ha venido justificando por el servicio audiovisual, que ya presta el mercado, sino por la defensa ecológica de la calidad como especie en riesgo de extinción. Lo que no es del todo cierto, ya que grandes series, reportajes y documentales han sido producidos y emitidos por cadenas privadas de Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero tampoco es falso del todo, porque la competencia de las públicas estimula la calidad en las privadas.

Ahora la tijera del gran recorte llega a la BBC, y veremos hasta dónde alcanza. A ojos de cualquier conservador consecuente, no es necesario que el gobierno de su graciosa majestad provea de televisión a su amado pueblo, puesto que otro monarca, el mercado, ya se hace cargo sin coste para los contribuyentes. Y el mismo mercado decide, a golpe de audímetro, lo que hay que ver. Si no nos gusta, recurramos a Umberto Eco, que se preguntó: ¿El público perjudica a la televisión?

Su graciosa majestad vela por el pueblo a través de su gobierno, y por ello le ofrece noticias, documentales y series de gran calidad en una televisión pública sin anuncios. Este vendría a ser el paradigma de la BBC, hoy abocada a un régimen de urgente adelgazamiento que puede llevarle a reimplantar la carta de ajuste entre la una y las cinco de la madrugada, para no gastar. El primer ministro David Cameron ha ordenado que la más prestigiosa de las televisiones del planeta ponga su grano de arena al recorte de 90.000 millones de euros de gasto público, y lo de la carta de ajuste sería solo una parte. También se contempla la reducción de los estrenos y el aumento de las reposiciones, amén de renunciar a la Fórmula 1. Pero el regreso de la carta de ajuste es la gran imagen del frenazo y marcha atrás histórico.

La BBC es el fruto bueno de una mala práctica: el despotismo ilustrado aplicado a la televisión. Hijos de una historia de monarquías absolutas seguidas de repúblicas coercitivas, los estados europeos recibieron el nuevo invento como antes habían recibido, la mayoría de ellos, a la radio: otorgándose el derecho exclusivo de emisión. Miedo a la libertad se le llama a esto. Cuentan que De Gaulle le preguntó a Kennedy: ¿Cómo puede usted gobernar sin controlar la televisión? Barack Obama debe de pensar lo mismo cuando escucha a los comentaristas de la Fox. Pero el monopolio de la pantalla no evitó el mayo del 68, porque cuando se cierran los canales institucionales la información y el debate se desbordan por otras vías. El agua siempre se abre paso.

Luego todo cambió, y Europa se llenó de canales privados o privatizados con legítimos objetivos monetarios. Ante la proliferación de bazofia de gran audiencia, los programas de las públicas parecían exquisitos. Su continuidad no se ha venido justificando por el servicio audiovisual, que ya presta el mercado, sino por la defensa ecológica de la calidad como especie en riesgo de extinción. Lo que no es del todo cierto, ya que grandes series, reportajes y documentales han sido producidos y emitidos por cadenas privadas de Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero tampoco es falso del todo, porque la competencia de las públicas estimula la calidad en las privadas.

Ahora la tijera del gran recorte llega a la BBC, y veremos hasta dónde alcanza. A ojos de cualquier conservador consecuente, no es necesario que el gobierno de su graciosa majestad provea de televisión a su amado pueblo, puesto que otro monarca, el mercado, ya se hace cargo sin coste para los contribuyentes. Y el mismo mercado decide, a golpe de audímetro, lo que hay que ver. Si no nos gusta, recurramos a Umberto Eco, que se preguntó: ¿El público perjudica a la televisión?