Me pasma, como me ocurre en las últimas de estas sesiones, el relativo «guante blanco» entre Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero. Parecen condenados a desempeñar siempre el mismo papel: uno le pregunta al otro acerca del (mal) estado de la economía; el otro le responde quejándose de que la oposición no colabora a la creación de un clima de confianza económica. Pero ni un gesto destemplado, ni una descalificación de más —antes, en cambio, abundaban—. El verdadero intercambio de bofetadas dialécticas viene siempre luego, cuando la portavoz popular, Soraya Sáenz de Santamaría, interpela al vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba; ése es ya otro tono, muy distinto y mucho más cruento.

Hace tiempo que tengo la impresión de que entre Zapatero y Rajoy hay mucho más contacto del que trasciende. Y que probablemente pacten muchas más cosas de las que suponemos, aunque de la moderación del presidente del Partido Popular podamos inferir que el diálogo no es, contra lo que fue, completamente de sordos. No sé por qué, pero tengo la impresión —de acuerdo: apenas basada en los indicios que puede reunir un periodista que pretende estar atento— de que Zapatero y Rajoy han hablado del calendario político futuro; puede que Rajoy sepa algo que los demás no sabemos. Yo me limito a constatar que, incluso en las filas socialistas, o quizá sobre todo en ellas, crecen los rumores que hablan de un posible adelanto de las elecciones para el otoño. Y constato también que Rajoy últimamente ya no exige por activa y por pasiva esa disolución anticipada de las Cortes. Puede que haya constatado que le conviene que el declinante Zapatero haga el trabajo duro antes de desaparecer por el foro: rectificar la reforma laboral, hacer efectiva la reforma de las pensiones, aprobar la nueva negociación colectiva y frenar las excesivas demandas de Europa, si se tercia. Puede que se haya convencido de que es mejor que el poder (o sea, el sillón de la Moncloa) le caiga como una fruta madura, en su momento. En todo caso, es un clamor nacional la necesidad de que ambos partidos nacionales lleguen a un gran pacto en torno a cuestiones clave: desde la financiación de la sanidad hasta las cuentas de las autonomías. Puede que ese gran pacto no pueda esperar hasta la próxima primavera, y ése sería un motivo más para anticipar unos meses unas elecciones que, hoy por hoy y salvo enormes sorpresas, ya tienen ganador. Personalmente, puestos a apostar, apostaría por ese adelanto, haya dicho lo que haya dicho anteriormente Zapatero. Ya se sabe que la única cuestión sobre la que un presidente puede honorablemente tergiversar la verdad es ésa: la fecha de las elecciones, que solamente puede fijar el jefe del Gobierno.