A menudo expende sentencias como supositorios que nos duelen cuando se nos administran y que la razón no puede comprender. Sentencias que crean alarma social y nos hacen sentir indefensos ante los ataques de los xenófobos. La que el Supremo acaba de dictar, absolviendo a los dueños de la librería Kalki, de Barcelona, es una de ellas.

La librería vende material antisemita que niega el terrible holocausto que costó la vida a millones de mujeres, hombres y niños. Pone al alcance de cualquier lector la apología de lo más abyecto del ser humano: el odio, el pensamiento único, la venganza, la supremacía de una raza sobre otra.

El racismo está tipificado en nuestro Código Penal como delito. Deberíamos garantizarnos la persecución de actividades y actitudes que inciten a ese odio o desprecio por motivo de raza, tendencia sexual, religión?

El Supremo cree que uno de los órdenes mayores de nuestra sociedad es la libertad de expresión. Y sin duda lo es. Pero yo creo que no es menos cierto que la libertad de expresión debe mantenerse acotada dentro de un cordón ético que no la deje propasar ciertos límites.

No se trata de censurar, se trata de acorralar lo más feo del ser humano. No puede existir libertad de expresión para negar hechos ciertos y espeluznantes como los crímenes nazis. No se pueden defender libremente ideas que lleven a difundir el odio. La libertad de expresión no debe justificar la homofobia, la cristianofobia o la fobia islámica.

Creo que puede haber personas que no comprendan a los homosexuales. Que incluso opinen que sus tendencias son, en razón de su religión, pecaminosas o, en razón a su pensamiento, desviadas. Pero esa libre y pacífica expresión de lo que los seres piensan, jamás puede ir ligada a comportamientos que signifiquen negar la evidencia, vejar, apartar, herir, ni tan siquiera insinuar nada contra los que no piensan o se conducen como nosotros mismos.

Esta librería que, gracias a la grandeza y la mezquindad de la democracia, sale absuelta y sus miembros en libertad, hace abuso de esa misma libertad de expresión a la que invoca para librarse del justo castigo.

Sí a la legítima aspiración separatista de algunos vascos, catalanes, gallegos, murcianos, sanabreses o señores del Condado de Treviño, pero no a los métodos asesinos de unos pocos para imponer su voluntad a la mayoría a bala y fuego. No a los crímenes nazis y no a su negación o justificación. Porque si los olvidamos, podemos caer en la tentación de repetirlos.

Es fácil criticar las sentencias cuando se conocen de forma sesgada, cuando lo que trasciende es lo aparatoso. Yo estoy seguro de que, tras esta sentencia que nos parece aberrante, se esconden profundos razonamientos jurídicos que debemos respetar. Quizás los tribunales no tengan herramientas para condenar estas actitudes. Si es así, debemos crear instrumentos eficaces para perseguirlas. Deben exterminarse estas conductas como se ilegalizan los partidos racistas o las organizaciones neonazis.

Si la libertad de expresión se convierte en el bien supremo, el libelo, la injuria y la calumnia pasarán a disfrutar de la categoría de usted. Y entonces todo se convertirá en una peligrosa jungla donde las lenguas afiladas como navajas servirán para apuñalar en vez de razonar. Sí, hay veces que vender un libro, debe ser delito.

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