En el proceloso magma formado por los ERES, los planes de ajuste y los convenios en caída libre, ya están muy vistos los bonus y las compensaciones millonarias, de manera que urge apañar salidas imaginativas a la sacrosanta obligación de dorar la píldora a los directivos para que sigan sintiéndose al margen de la mayoría, y que así el mundo financiero continúe girando sobre su propio eje. Ahí anda la aseguradora alemana Ergo, filial del grupo Munich Re, la mayor reaseguradora del mundo, de quien se acaba de saber con fuerte escándalo que en 2007 organizó en unas termas de la capital de Hungría una fiesta con prostitutas para agasajar a sus 100 mejores comerciales. En efecto, en plena crisis y mientras sus conciudadanos se apretaban el cinturón para salir airosos del mal momento (y lo han logrado), los vendedores de seguros soltaban los suyos y con los pantalones por los tobillos daban fe de su asombroso rendimiento. No queda ahí la cosa. Según el diario Bild, hace ocho meses la firma pagó otra fiesta en Mallorca por todo lo alto, y ha publicado fotos en la que los miembros más eficientes de su plantilla inhalaban polvos blancos mientras corría el alcohol. He tenido un déjà vu con aquellas imágenes del exdirector de la Guardia Civil Luis Roldán en un hotel de la isla en circunstancias muy parecidas.

Aceptemos que las compañías pueden gastarse sus dividendos como quieran, si bien portavoces de Ergo se han aprestado a aclarar que lo que sus empleados sorbían por la nariz en su reunión de negocios de Mallorca era la sal para preparar el tequila. Vale. Lo que no les perdonan sus clientes germanos es la doble moral en el discurso, la discrepancia entre lo que venden y lo que son. La marca de la casa la encarna un tipo llamado Herr Kaiser, un corredor de seguros guapo y majo, que protagoniza las campañas de publicidad televisiva y que aconseja a las familias felices la póliza que más les conviene para mantener sus hogares aislados de los peligros del mundo. ¿Estuvo el encantador y honorable Kaiser, ese padre preocupado y modélico, invitado a la orgía en el balneario de Budapest donde se colocaron camas con dosel y se contrataron decenas de prostitutas para satisfacer a los agentes? Las mujeres iban con brazaletes de colores para distinguirlas de las camareras y azafatas, y las que portaban el blanco se reservaban para los altos ejecutivos y para los «empleados del mes». Algunas prestaron una docena de servicios esa noche, cada uno de ellos estampado con un cuño sobre su piel. De vuelta a casa, los integrantes de la expedición receptores de semejantes primas de carne y hueso publicaron en la revista de la compañía que habían experimentado unos momentos «asombrosos, fantásticos e indescriptibles».

El colega de herr Kaiser que organizó este viaje de incentivos se acaba de jubilar, casualidades de la vida, mientras en los despachos de Ergo contienen el aliento esperando que el tiempo pase y los clientes olviden que al final todo, incluso la factura de las señoritas de Budapest, se acaba pagando con la misma factura. La propia, la del seguro del hogar. Con absoluta seguridad.