Se ha agrietado más y mejor que su joven maestro. Merece incluso los desgarros del Nobel, porque derrama la tristeza exacta de obras poéticas más deliberadas -el ajedrez de Bobby Fischer, el baloncesto de George Gervin, las ecuaciones de Maxwell, los aforismos de Cioran.

Cohen envió «Flores a Hitler», el docto jurado del premio «Príncipe» no teme que le estalle un Lars von Trier. Guerreó con Castro y con los israelíes, el cantautor favorito de Ariel Sharon. Libre y libertino, educadamente cruel. «Como un bebé que nace muerto, / como una bestia con sus cuernos, / he destrozado a todo aquél que me tendió los brazos». No necesita ser progresista ni arrepentirse de no serlo, un vicio tan frecuente en poetas de derechas. Derrotado en cada mujer, siempre reincidió. «Cuando te abandonen, no te rebajes a la estrategia de que todo fue un sueño». Escancia su apocalipsis bromista y fragmentario en «Book of longing», mal traducido como «El libro del anhelo». Su hija se llama Lorca. «Intenté dejar la botella / pero sólo podía lograrlo borracho».