Hasta el minuto 65 de partido, esta crónica podría haberse titulado «Atraco a las diez» o «Postales de Unicef en blanco». Si De Bleeckere, uno de los trencillas de la lista negra de Mourinho, —qué sutileza en la mayoría de sus decisiones, barriendo casi siempre para casa— hubiera concedido el gol de Higuaín en el primer minuto tras la reanudación, tal vez ahora la media España blanca lo celebraría con fuegos de artificio mientras la otra media, azul y grana, lloraría el desperdicio de la esencia de colonia y tiramisú.

A Mourinho sólo le quedaba apelar a la heroica, esa proteína instalada desde hace más de un siglo en el ADN madridista. Pero no fue suficiente: tal vez en otro escenario y con otro árbitro. El Madrid tendrá que recomponer su amabilidad si quiere el respeto de la UEFA.

Se comprobó el martes que Carvalho, que ha sido un puntal de la defensa madridista, un prodigio de colocación y de rigor táctico, llega al final de temporada con plomo en las botas. La edad no perdona y en los últimos partidos recuerda al Fernando Hierro crepuscular, que contaba sus salidas del área por amonestaciones. Demasiadas tarjetas para el portugués en los últimos partidos, excusa fácil para colegiados dóciles al predicamento de Senes Erzik, jefe de proyectos de Unicef y además vicepresidente del Comité de Árbitros.

Mou diseñó en la sombra la «Operación Gerónimo», dibujó la estrategia para sus tropas de élite (por primera vez en cuatro clásicos, que ya era hora), pero la apuesta a doble o nada no le alcanzó para asaltar la fortaleza enemiga y traerse a Madrid la cabellera de Puyol, el talismán de Guardiola.

Gerónimo fue un legendario jefe apache. Su nombre, en idioma chiricahua, significa «uno que bosteza», nombre que su padre le dio debido a que de pequeño estaba cansado con frecuencia. El partido del martes, como el líder de las naciones indias, empezó en un bostezo y acabó en una carga constante de la caballería ligera: el Madrid si muere, siempre lo hace con las botas puestas. Aunque su entrenador parezca a veces «Caballo Loco».

Los cuatro clásicos, en fin, han servido para confirmar que, once contra once, no es inferior el Madrid al Barça.