Dicho lo cual, como soberano cinéfilo de a pie, paso a opinar sin rigor crítico alguno sobre tanta peli como me he tragado en estas últimas semanas.

Me gustó «El discurso del rey», punto. Ni prodigiosos ni memorables ninguno de sus intérpretes. Melodramita con llamadas continuas a este corazoncito nuestro. No la guardaré como imperecedera y muy poco tendría que hacer una tarde dentro de tres o cuatro años para volver a verla. «Origen», insufrible, no encontré ni postura para verla, me reventó la espalda, no se acababa nunca aquello que me estaban contando, fuera ello lo que fuera. A «Cisne negro» la vi como una aproximación de primer curso de psicoanálisis al asunto de la doble personalidad y del lado bueno y del lado malo, envuelta en celofán danzarín y con sus gotas «gore» para que no nos falte de ná: la señora Portman, muy bien, gracias. Ese documental sobre excursionistas que se titula «127 horas» me entretuvo salvo los abundantes y largos ratos en que me dormí como un bendito: previsible como los resultados digestivos de tres docenas de oricios crudos. «Los chicos están bien»: júntense todos los tópicos políticamente correctos de este tiempo panoli en que vivimos y sírvanse en hora y media larga (o en cinco horas, que tal me pareció a mí que duraba) para que todos salgamos del cine palmeándonos de lo al día que estamos y lo postpostmodernos y tolerantes que semos. Las señoras Benning y Moore, muy bien, gracias. Qué pena que fracasase en los Oscars «La red social», pues podría haber sido palmario ejemplo de cómo cualquier telefilme barato y de relleno para la tarde del sábado puede triunfar. Salvo de «The Fighter» la interpretación del señor Bale: si hacen segunda parte, déjenme que les asesore un poco sobre boxeo. Como de los Coen me gustan hasta los andares, no sería imparcial con «Valor de ley», ni lo soy con don Eastwood y su «Hereafter»: no digo más. Seguí hipnotizado la sórdida historia de «Winter's Bone», con el Mal en la familia, en el clan, en la vuelta a la tribu y a la caverna, algo que tan bien y también nos hace creer la señora Weaver en «Animal Kingdom». Cuánto siento el horror por el que pasaron los protagonistas de «Camino a la libertad»: cuánto más lo sentiría si me lo hubiese creído y la hubiera visto entera, pues creo recordar que salí del cine, paseé unas horas, cené, volví a entrar y allí seguían. De «The Town» tan poco recuerdo que la confundo con cualquier serie de la tele: ¿o es un episodio de una serie mala de la tele?

Nada que objetar ni a Javier Bardem ni a «Biutiful»: nada. Pero den gracias los creadores de «Pa negre» a que un servidor practique yoga, pues, de no hacerlo, miedo me da pensar en mi reacción ante tan grandísimo callo ampuloso, con diálogos horribles («Si fui capaz de dejar a mi madre, ¿cómo no voy a ser capaz de dejarte a ti?», dice un crío de aldea profunda de posguerra a una niña, como si fuera don Emilio Castelar), con destrozo de lo que podría haber sido una buena historia policiaca, con un asesino que se viste para matar con las ropas más incómodas que se puede vestir un criminal, con una aldea en la que no hay ni un perro, por favor. Y tenía ganas de decirlo: «Balada triste de trompeta» me pareció una completa patochada. Ya está, ya me desahogué.