Frecuentemente suele decirse en las horas de alterne de los fines de semana, ante la dificultad de ser atendido o encontrar mesa en bares o restaurantes, el tópico de «habrá crisis, pero los bares están llenos».

Esta afirmación suele ser el consuelo a la vieja ley de Murphy sobre la impresión subjetiva de que las otras colas de espera van mas rápido que la propia.

Es cierto que hay muchos locales de hostelería abiertos y prósperos, pero un paseo atento por las calles muestra una grandísima cifra de cierres, traspasos y remodelaciones de locales, que refleja las ilusiones rotas de empresarios del sector, sometido a gran rotación en tiempos de crisis.

Por otra parte, el que los bares estén llenos en horas punta no quiere decir que obtengan más beneficios, ya que es innegable que los clientes restringen el consumo y el menú del día está ganando a la carta por goleada. Tampoco puede negarse que la necesidad aguza la imaginación de los hosteleros, ya que las tapitas de obsequio suelen prodigarse, y no sólo se han congelado los precios de los menús, sino que ofrecen mayor variedad de opciones entre primeros y segundos platos, algunos ofertan medios menús e incluso no faltan los que facilitan una tarjetita que se sella en cada comida para acumular derecho a otro menú o ración.

Pero como al perro flaco todo son pulgas, como regalo de Reyes y a partir del 1 de enero de 2011 les llegará la prohibición de fumar en sus locales. No es una medida caprichosa pero sí puede serlo su calendario y condiciones de implantación. Nada más desagradable para un no fumador que recibir las bocanadas humeantes del vecino maleducado que no se aparta o que no pide permiso ni disculpas.

El problema de educación se ha convertido en un problema sanitario, aunque no se comprende su urgencia cuando está en juego la supervivencia del cinco por ciento del sector (mismo impacto de la misma medida en el Reino Unido), que además se ensañará con los negocios familiares. Es curioso que el mismo Gobierno que aplazó los límites de endeudamiento de los ayuntamientos y fijó generosas excepciones pese a estar en juego la solvencia de todo el Estado y el peligro de otra recesión galopante, considera que es inaplazable la prohibición a los hosteleros de permitir fumar en sus establecimientos. O sea, cuando el barco se hunde no es prioritario tapar las vías de agua, sino que no se fume en cubierta.

Al hostelero le es difícil comprender su papel de chivo expiatorio. De entrada, se siente un juguete de la política pues hace unos años acometió unas obras de su bolsillo para dividir su local y mantener espacios para fumadores, y ese dinero se esfumó como el humo que no volverá a ver.

Tampoco asimila que esa medida prohibitiva tan inaplazable exceptúe a estadios de fútbol, plazas de toros y residencias de ancianos, con lo que se da la razón al mandamiento de Animal Farm: «todos somos iguales, pero unos más iguales que otros». Pero lo más enojoso es que las sanciones no recaerán sobre el fumador, sino sobre el hostelero, y éste se verá obligado al duro dilema de arriesgarse a tolerar dicha práctica sopena de posibles multas, o bien perder clientela habitual, ágapes familiares, timbas de amigotes o aficionados al fútbol en compadreo de bar.

Y es que bien está coincidir con Irlanda, el Reino Unido y Chipre, pero tampoco sería descaminado seguir la línea de los otros 24 países comunitarios que, bien diseñan calendarios de aplicación a medio o largo plazo, o bien contemplan zonas para fumadores sin servicio de camareros y sin acceso a menores. No se trata de «privilegiar» a algunos ciudadanos (los fumadores) permitiéndoles intoxicar a otros (los no fumadores), sino de armonizar el interés sanitario con la libertad empresa y el derecho al trabajo en tiempos críticos. Y si lo que se quiere es eficacia total, pues prohibamos la comercialización del tabaco sin hipocresías, fijemos un impuesto desmesurado al consumo, no incluyamos en la Seguridad Social la atención sanitaria al cáncer de pulmón vinculado a fumadores crónicos, o prohíbase universalmente fumar en territorio español, sin excepción. Toque de queda para los fumadores. Pero se ve que para aplicar la «tolerancia cero» hay que... «estar fumado».